Tenía la barba crecida, los ojos adormilados y ese gesto hosco que siempre lo caracterizó, a pesar de ser una persona afable. La coincidencia de la mueca con su sentir la reservaba sólo para mí. Escuché, como muchas veces en mi vida, esa voz aflautada semejante a la de un niño malcriado.
- ¡Mírate! Tú en este lugar ¿Quién diría que acabarías así?
- ¿Para qué vienes? Ya no te necesito.
- Eres una vergüenza, papá, mamá, todos están mortificados por tu comportamiento. Se asustaron cuando empezaste con tus extrañas actitudes, dijiste que querías ser un artista, que probarías nuevos estados emocionales. No lo lograste, lo que conseguiste es estar en esta situación. La ropa exótica no te hizo un artista; decir los disparates con los que espantabas a los amigos tampoco y; mucho menos, las ideas extrañas y repulsivas que tienes.
- Lo obtuve ahora veo las cosas diferentes.
- ¡Cállate estúpido! Lo perdiste todo, hasta ella que te quería tanto no soportó más tus excentricidades. Parecía que se había acostumbrado al sonambulismo, al insomnio; incluso te acompañó en tus etapas experimentales con el alcohol y la marihuana. Pero el sadomasoquismo fue demasiado y se marchó.
- Jajaja, qué pasó, te quedaste solo únicamente me tienes a mí, pero me detestas.
- ¡Basta! No soporto tu risa. Yo no te odio sólo quiero que te vayas y me dejes en paz.
- Observa a mi alrededor el mundo ha cambiado, tal vez, tú no lo entiendas, tendrías que ver las cosas como las veo ahora, es tener la visión de Van Gogh.
- Bueno, parece que ya no tienes remedio, yo era lo último de cordura que te quedaba; pero también te abandonaré y no regresaré jamás.
La silla crujió con el movimiento brusco, las cosas de la estantería cayeron por todas partes. Se levantó y se alejó del espejo con la intención de no reflejarse más en aquél.
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