Una señora de mediana edad se apareció de pronto sobre el escenario y delante de la gente que aguardaba la actuación de un cómico de gran prestigio, comenzó a pedir ayuda con ese tono plañidero que más de alguna vez hemos escuchado, en cualquier parte.
Partió diciendo que era del sur, pero la gente no se inmutó. Más de algunos quisieron manifestar su protesta por medio de apagados silbidos. Por una extraña razón, no se veía guardias que hubiesen impedido su irrupción en esa pequeña sala de espectáculos.
La, mujer vestía ropas muy humildes: una falda de color indefinido que hacía juego con un chaleco del mismo tono y que algunos podrían llamar color pobreza. Sin carraspear y mirando con fijeza al auditorio, prosiguió:
-Me llamo María Poblete, nacida y criada en Chillán. Chillán Viejo, por supuesto.
Surgió una que otra risa.
-Mi deseo no es molestar. Vengo a pedirles un minuto de su atención para contarles que lo estoy pasando muy mal en estos momentos. Tengo una hija sordomuda que postuló para hacer lenguaje de señas en un canal de TV. Pero la rechazaron porque es muy tímida y en vez de mover sus manos para dibujar el lenguaje, lamentablemente sólo movía sus cejas.
Aquí la risa fue estrepitosa. La mujer no se inmutó y continuó con la enumeración de sus dramas.
-Ustedes no se van a dar cuenta, pero yo tengo pie plano. Es una condición con la que nací. En la casa tengo patitos y cuando me quito los zapatos, ellos comienzan a seguirme.
Tras el retumbar de carcajadas que estremecieron el pequeño local, la señora explicó que eso no era ningún chiste y que necesitaba dinero para hacerse una terapia.
-Tengo dos hijos varones, el mayor está preso en una cárcel de alta seguridad y se ha fugado diez veces. Y aunque ustedes no lo crean, siempre tiene la manía de fugarse un día antes de mi cumpleaños. Ahora, los policías están en mi casa para esa fecha y traen hasta torta, refrescos y gorritos para aguardar su llegada.
La gente reía a mandíbula batiente y hasta se colocaron de pie para aplaudir a la mujer. Pero ésta, sin querer entender lo que sucedía, tuvo la impresión que se estaban burlando de ella.
-Es triste que se rían de una y no la comprendan. Siento mucha vergüenza por todo esto y también mucha rabia. A mi hijo menor, que, aparte de salir pésimo para los estudios, ahora le dio por fumar marihuana. ¿Creen ustedes que eso es para reírse? Hace como dos años, mientras andaba de juerga con sus amigotes, apareció una banda rival y el que más perdió fue mi hijo: le cortaron una oreja. Ahora, los malditos le dicen el Van Gogh.
La risotada fue general.
La mujer, aguardando que se aplacara el bullicio, continuó:
-De mis dos hijas, aparte de la sordomuda, tengo otra que es buena para nada. Le he dicho que estudie, pero no hay caso, nunca fue al colegio. Ahora anda con un tipo que trabaja en los trenes y que dicen que es bueno para el trago. Temo por mi hija, tengo tanto miedo que se me descarrile.
Las carcajadas antecedieron a los sonoros aplausos mientras la mujer contemplaba ese espectáculo que, sin lugar a dudas, era demasiado grotesco. ¡Nunca nadie se había reído en su cara de tal manera y con tanta desvergüenza! Pensó para sí, que posiblemente esta gente no tenía corazón, ya que no se compadecía en ningún momento con ella, y muy por el contrario, celebraban su desgracia. Pero lo que terminó por desencajarla fue cuando la gente, al unísono, comenzó a corear su nombre:
-¡María Poblete! ¡María Poblete!
-¡Presente!- atinó a responder, generando nuevas carcajadas.
Al final, y dándose cuenta que no iba a conseguir nada con toda esa muchedumbre, se dio media vuelta y salió enardecida.
-¡La gente no es capaz de entender y comprender la desgracia ajena! Miren que reírse de mi pie plano, de mis hijas y mis hijos. Claro, no son como una, no están inmersos en los dramas que vivimos nosotros los pobres.
Y se alejó del teatro, sin mirar hacia atrás, decidida a conseguir ayuda en un lugar más propicio y donde fuese respetada. Iba con su rostro endurecido por la rabia, pero todo cambió cuando un señor que iba varios pasos delante de ella, pisó una cáscara de plátanos y resbaló, cayendo sobre el embaldosado. Pero, se levantó como impelido por un resorte y continuó caminando a paso ligero, pero rojo de vergüenza.
Y la señora María Poblete, quitándose de pronto ese pesado fardo de resentimientos que parecía que le habían encasquetado sobre sus hombros, se dio media vuelta y tapándose su boca, rió y rió hasta que las risas se transformaron en carcajadas. Y quizás allí, y sólo quizás, pudo entender acaso a aquel público inmisericorde y poco empático con su desgracia.
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