Los siempre relucientes neones, marcan en mi acuosa retina “mana llatua”; la puerta esta abierta. Dentro, la música sonaba tan fuerte, que los palpitantes vidrios, clamaban, por un minuto de silencio. De pronto, una mujer obesa toma mi brazo, al tiempo que su palma aprieta mis reacios huevos. Tan sorpresivo es el encuentro, tan falto de pudor, que instintivamente me alejo.
-- ¿Que le pasa mijo? -- Exclama, la mujer exenta de distinción.
-- Nada -- Contesto, mientras rehuyo sus mórbidas manos.
-- si no muerdo…bueno, depende --
Decido dejarla hablando con la noche.
En el bar, los tragos eran esgrimidos con agilidad, por un joven moreno. Una helada cerveza, intenta matar mi billetera con un precio exorbitante, mas no lo consigue y una radiante señorita de finas bolsas oculares, posa su exquisitez, en el asiento contiguo.
-- ¿Primera…vez? – Pronunció desde su carnoso labio, con voz placentera y débil.
-- Si, ¿creo? – respondí, no pude evitar una risa nerviosa.
Conversamos largo rato, ajenos a la realidad, en un submundo alterno de nombre Laura.
Al levantar la mirada, a mi alrededor ya no quedaba existencia alguna, entonces, ella tomo suavemente mi mano y riendo como niña, subió un par de escaleras, se detuvo ante una pequeña puerta.
--Silencio es lo único que te pido --
De su escote saca una llave que dormía placida, e introduciéndola en la cerradura y luego de un par de movimientos, puedo contemplar el lugar. Es una pieza de paredes azules, en donde un sinfín de poemas, o más bien escritos cuelgan de las paredes marcadas con escotch. Nos sentamos en la cama, la cual chirrió despacio.
-- Tengo frío – Dije perturbado
Ella prendió una estufa a gas, que impregno la estancia de un olor amargo. Se quito la chaqueta y sus senos quedaron a merced del aire. Su perfume colmo de limón el ambiente.
-- Puedo quitarme las zapatillas – suplico tímidamente; mis andrajosos calcetines se alzan triunfantes.
Me levanto sobre la cama y comienzo a mirar los versos, son de una calidad y perfección reconocibles.
-- ¿Quien los escribió? --
-- Es un secreto – dijo, al tiempo que su tierna risa, se viste con trajes de dolor; preferí no seguir preguntando.
La pequeña recamara, comienza a crujir de dolor, no es la primera vez que ese suelo soporta los irregulares embates de aquel lujurioso catre.
Chic, chuc, chic, chuc, Chic, chuc, chic, chuc, Chic, chuc, chic, chuc, Chic, chuc, chic, chuc, Chic, chuc, chic, chuc, Chic, chuc, chic, chuc, chuic, chuic, chuicc….chuic….chuccc.
-- ¿Que… te… pasa?—pregunta en una sola exhalación, profunda, casi cercana a la muerte y sin embargo, colmada de placer.
-- Espera…un momento….para..aaaaaaaaaaaaaa.
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