Admiro a las ratas. Sus pequeñas fauces de gesto discreto y mirada puntiaguda. Su manto erizado de pelo corto, áspero. Las prefiero, además, grandes. De esas que se dan la vuelta, te miran a los ojos, de pie sobre sus patas de atrás, alzándose a la altura de tu rodilla.

Si, me gustan las ratas.

En esta parte de la ciudad, cada vez somos más los cuidadores de esta raza. Durante años han aprendido todas las artes de esquivar los venenos y las trampas. Su fino olfato, tan solo busca lo que es su alimento: todo lo distinto a ellas.

Con las de hoy, se cumplirá el milagro reproductor de las de su clase. Y todas ellas, como las abejas, alimentan ya a su reina. La gran y descomunal reina de las ratas.