En el sofoco de la siesta,
florece una lenta lujuria.
Avanza un gozoso temblor
cuando, en la penumbra
del cuarto y a la distancia,
los ojos se asombran
de ese espacio sin dueño
donde la luz no alcanza.
En un rincón de la penumbra
se inventa la fantasía
de compartir el blanco páramo
en el que reina el cuerpo,
de esa mujer amapola
en el curso de un letargo,
tan solitaria y desnuda
que invita al éxito del pecado.
Texto agregado el 04-05-2019, y leído por 88
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