Cuando la soledad muerde, es cuando me doy cuenta de que yo no soy nada más yo, que en ese yo existe también un tú; entonces yo, soy tú y yo. Este juego de palabras sonoro y enredoso, dice más que el Leviatán de Hobbes, completo. Yo, soy tú y yo.
Callo y no digo nada,
porque nada tengo que decir.
Sé que estás lejos y que piensas en mí, como yo en ti. Son ya muchos años los que llevamos pensándonos, tantos, que ya no sé si pienso en ti, a través de ti o en lugar de ti, y tú en lugar de mí. Pienso en ti. Te pienso. Pienso que te pienso. También, te pienso desnuda.
El que calla le hace un bien al que escucha;
le evita oír las necedades y quejas vanas
de una lengua viperina y maldita.
Siempre nos gustaron Silvio, Serrat y Violeta. Tú y yo fuimos uña y mugre desde los dieciséis; así, crecimos gustando de la misma música, alentando sueños y sinsabores, compartiendo pieles y sudores; por eso, desde entonces “llevo tu luz y tu olor por donde quiera que vaya”, como dice la canción de Serrat.
Callo y no digo nada;
el silencio se adueña de mi voz,
Tu provisional ausencia, me hace verte en tus cosas y en tu ropa; más en tu ropa; mucho más en tu ropa interior; mucho más, más, más, en un sostén olvidado al partir y que guarda el olor de tu piel, de tu sudor.
ahoga la palabras dolientes
que clamarían por la presencia
del rostro, del cuerpo de cierta mujer bendita.
¿Cuándo nos dimos el primer beso en los labios? ¿Cuándo nos dijimos por primera vez, te amo?¿Cuándo hicimos por primera vez el amor?¿Cuándo se terminará mi pasión por ti?
Callo y no digo nada,
el que calla otorga la razón al que inquiere;
Cierro los ojos y escucho el silencio de la madrugada. Todo duerme o casi: yo no. Añoro tu luz, tu cálida presencia bienhechora, beber tu piel de barro claro. Te deseo ahora, no mañana ni después. Tu ausencia me derrota. Me deja sin palabras, me deja callado. Te deseo ahora.
callar no cuesta nada,
porque si no hablo no digo,
que me muero por el amor de una mujer madura
y además bonita.
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