Contemplo mis palmas cálidas y rosa,
una introspección un tanto
egocéntrica me surca.
Pero es que las vetas curvilíneas
daban a las manos una visión
espectro gráfica; con sus
hondonadas indefinidas y perfectas.
Atlas, Pleyone… Aquiles, Briseida.
Después de tanto contemplar,
me supe por primera vez,
en el mundo.
Evocando insuperable toda una vida,
ampliando el horizonte tejido
en mis dedos.
Trazando formas sin usura,
con la memoria de la piel.
Y ahora, cuando sigo contemplándolas,
no es porque el mundo no me importe,
es porque su lenguaje eximio me cautiva.
El olor estrafalario de putas me conmueve.
El tiempo randa, lo ocupa
menesteres imperceptibles y
momentos auscultados que
ya no volverán.
Sin embargo, sigo contemplándolas,
aunque no sobreviva al mundo y
roce solo una porción de su cielo.
Y en esa pequeña tregua de felicidad,
el rostro del amor me palpa en
un frenesí profundo de alborozo.
Mientras el cielo inmenso,
empuña su blancura, y quedan solo
sombras.