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Uno era fundamentalmente sus ruidos.
Con el tiempo, de haberme quitado aquellos sonidos, me habrían quitado mi vida. Uno en realidad empieza a dejar de ser cuando le quitan sus ruidos. Empieza a perder soberanía con el derecho a hacer sus propios ruidos. Los usurpadores de este mundo lo saben bien y si a la primera restricción sobre el tema no le ponemos coto, el camino no es otro que el de la decadencia y el declive más inmediato. Por ello hay que saber hacer una buena gestión del ruido. Quien a lo largo de su existencia no ha abusado de su porción del derecho a molestar- que es fundamentalmente lo que se hace emitiendo ruido- se le augura un futuro menos abrupto que quien sí lo ha hecho al que tarde o temprano lo termina sustituyendo otro ruidoso. Había, por tanto, que ser discreto en materia sonora. O lo que es lo mismo, no había que hacer del ruido nuestra carta de presentación. Lo que a la postre evidencia falta de educación y otras carencias.
Quien de adulto profiera sonidos innecesarios evidencia, probablemente, la falta de culminación de la fase oral y los instintos de succión pero que en lugar de chuparse el dedo- que estaría mal visto- profiere ruido. Este individuo será probablemente pasto de residencia si no evidencia que además de molestar tiene imaginación creativa. Igual que pretende lograr esta ascensión llamando la atención, cuando ya no sea necesario, es decir, cuando haya perdido capacidad de percusión sonora, será arrumbado igual que se hace con un mueble viejo. Mientras que quien ha sido comedido también será arrumbado, probablemente, pero con algo más de consideración. Pues cuando le miremos a la cara no veremos en aquella mirada- de este último- aquel yunque destripador de siestas y otros sosiegos del primero. |
Texto agregado el 01-05-2019, y leído por 71
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