En esta hora, profunda y opaca,
casi en el silencio del crepúsculo,
el cuerpo, frágil y fatigado, reposa
en una región desolada del tiempo.
Reblandecido, opaco, lejano y esquivo,
el pasado se desvanece para siempre,
sereno e impasible, inevitable transito
de efímeros reinados, de fugaces hoy.
El mañana se muestra libre y sonríe,
no tiene escollos ni se siente exhausto.
Promete ser abundante y hospitalario,
un permanente andando hacia adelante,
que nos ofrece un hechizo de promesas
en el desmedido sueño de lo posible.
Y hacia allí, inevitablemente, alzamos velas,
hacia ese mar dudoso, vago e impreciso
que nos ofrece impaciente cada nuevo día.
El destino, con habilidad de tahúr y cortesano,
nos empuja a esa aventura desconocida
de poder ser mañana lo que no fuimos hoy. |