Los sabios tibetanos contaban de una serie de técnicas y ritos con los que era posible configurar la presencia de entidades interdimensionales al servicio de quien las invoque; los “tulpas” eran una creación capaz de proteger y en tal tarea, dañar al invasor o agresor.
La verdad, millones de invocaciones, sinceras y acompañadas de reales sacrificios, son capaces de crear una especie de amigo imaginario, con poderes reales en el mundo físico y en gran medida insustancial. Eso lo puede comprobar cualquiera, cualquiera que esté dispuesto a renunciar a algo importante e invocar decenas de miles de miles de veces algún nombre suscitativo de lo que muchos insisten en llamar Dios y que adoran negar los ateos.
Encontrado el nombre y sacrificado en si mismo, en determinada fecha y hora, el invocador habrá de seguir una serie de ritos mientras repite mala (una especie de rosario) tras mala de invocaciones a su “deidad” mediadora y su “nuevo amigo imaginario". Muchos millones de repeticiones correctas debiesen dar lugar a la manifestación. Suena fácil y casi tonto, pero intente repetir cien veces su nombre propio sin equivocarse y saque conclusiones del tiempo y esfuerzo que necesitaría para diez millones de malas correctamente recitadas.
Sin mas detalles, debo confesar que es posible. Empleando devoción y guía adecuada, incluso se puede lograr a mayores velocidades de las imaginables, pero toma mucho esfuerzo y dedicación.
Mi problema hoy en día es lograr evitar catástrofes impensables, con un ente adolescente que al calor de las épocas que nos toca existir, me resultó lábil como el viento y que varía con las fases de la luna, las estaciones del año y horas del día. Desde que se puso a averiguar los secretos de la programación, se suele perder por horas y horas en la red, a veces pienso que trama algo escondido.
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