Coronada tu cabeza de nelumbos frescos.
Por donde transitas, embriaga tu alma de
Eloísa, que está siempre alerta, de señales
que te surquen los cabellos; porque no
se dijera que tu pausado aire, fuese
indemne a la brisa.
Por eso, atrapar tus osados suspiros,
es como la vida que se iza. Se puede,
de los senos intocados de artemisa,
arrancar su luna y devorar sus fuegos.
Y del don diáfano del plata hirviente,
sorprender tus rincones cornisa; desnudar
las ocho maravillas, nutrirse en la octava,
y en las otras, libar los sueños.
Que siempre han estado allí, pero ahora,
libres de enigmas, vuelan placenteros,
más allá del pecho, henchido de ansiedad
y sabor a risa, a café, a montaña,
a camino ánfora, bañado con el vino
de tus labios; prístino aroma que,
cinegético recorre los bosques de la
presa que eriza.
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