Alado es el beso que mi boca posa
sobre la fragilidad del amor.
Es la satisfacción ardiente de sus ansias hambrientas,
el reo libidinoso de tu cárcel subconsciente.
Es el león cansino que cierne su zarpazo sobre la carne deseada,
el niño que cargado de asombro en su pupila, se eleva y enseña con el tacto.
Es la escama que se hunde sabia y protectora en todo trayecto.
Bendito sea tú ahora que es el tiempo de la flor,
bendita tu piel adorada y embellecida en las brasas de mi habla.
Bendita sea la muerte que inmortaliza y ensalza, enarbolada, en baile quechua y místico,
el beso de mi boca; el beso inca arrobador.
Ayer un ser quiescente, aleteando presuroso como si se le acercara el fin,
mientras pensaba en este poema: Cual presencia angelical que arrebata la vida
entre las sombras, se posó en mis labios y robo tu beso imaginado.