Me venían a la mente unos palabros tremendos, que no sabía siquiera si los registraba el diccionario. Por ejemplo, me sonaba de algo la palabra "arrepiezo", y con certeza no sabía si era un localismo o formaba parte de nuestro rico léxico. De momento, en el programa informático aparecía subrayado en rojo, y al diccionario lo tenía un poco más allá del alcance de la mano. Pero se podía imaginar que si te tildaban con tal epíteto no te estaban llamando nada bueno. Uno de por sí era enemigo de las palabras anfractuosas como "arrepiezo", por ser preferible no tratar con quien te veas obligado a usar tales términos, por no ser demasiado elevada nuestra densidad de población.
No me sonaba tampoco que el vocablo contara con su etimología, sino que probablemente era fruto de algún calentón de alguien que se había visto obligado a tirar de fonética por no hacerlo de fusil. Lo malo de tal estrategia es que, como todo, se acaba agotando. Mientras que la otra- estrategia- cobra mayores tintes de estabilidad y permanencia.
Por otro lado, también, algunas veces, tenía algún que otro arrebato de buenos sentimientos. Que sucumbía al compás del corazón; quiero decir, al compás que el corazón marcaba. Según influencias internas, y externalidades como el vuelo de un moscardón o el tránsito de una moto asustaviejas. También me alegraba bastante - dentro de las externalidades-,topar con una tía buena. E incluso- no sabré nunca por qué- la visión de un motocarro. Daba igual el color.