Me voy a fabricar para la cena una tortilla de patatas de tamaño medio con rodajas a lo pobre. Luego seguiré con una colación de fruta que me he comprado por la mañana y todo regado con un par o tres vasos de agua. La única alternativa, en consecuencia, que se plantea es la de hacer el guiso con cebolla o sólo patata. Lo que, en buena lógica, quiere decir que hay margen- prácticamente despreciable- pero margen al fin y al cabo. Lo que en definitiva muestra que la vida de uno discurre en términos de libertad. La libertad de estarse aquí sentado aporreando el teclado o la de irse a paseo con las manos metidas en los bolsillos, pero libertad. Distinto sería que no la hubiera y con su consiguiente estrés en un instituto carcelario o así. Aunque allí, de por sí, otros problemas estarían resueltos. En esta vida, creo, que se empiezan a preocupar de uno cuando lo tienen en una mazmorra, cuando atenta contra la ley penal. Parece que sea una sociedad que tenga en aprecio a los individuos resolutivos.
Con tal fin y método uno desaparcaba todas las mañanas dispuesto a no dejarse camelar por agravios gestuales en pos de una línea previamente marcada que pasaba por hacer única y exclusivamente lo que estuviera dentro de los parámetros de corrección política de mí mismo. En quien tenía uno puesta toda su confianza en cuanto a la materia referida, como individuo probo e inasequible a cualquier tipo de corruptela que se ofertase al paso.
Se daba por supuesto que el sujeto que tenía una reacción violenta andaba sobradamente surtido de razones para ello.
Los inconvenientes de la superpoblación, venía uno a rematar con cierto afán exculpatorio. En realidad, la vida no era más que un compás de espera hasta el siguiente aviso de la espita de nuestra olla a presión. Daba igual que uno fuera un hombre justo, de reacciones solamente defensivas. Para los amantes de la discordia no era más que una paciencia que soliviantar.
De vez en cuando, se llevaba alguien un ferro a la tripa, que era justo el evento que se quería propiciar, que generalmente repercutía en el menos avisado, en el último en llegar. Para gozo y regocijo del especulador de la doble moral. Se ve que el hecho componía mucho la psique del disgregado que sólo obtenía satisfacciones sobre la base de hechos truculentos como el que narro.
El " qué bien, que no me ha ocurrido a mí", era la frase por excelencia para el adentro del individuo de la tipología que describo.
Bueno, y a todo esto, qué tenía que ver la doble moral y las tortillas de patatas. Creo que me estoy haciendo mayor; no sé. Ah, sí, que me voy a hacer la cena y lo que ocurra por la calle lo dejo a la atención de los demás. |