A veces, ella olía a fruta, a heno,
a ciruela, agua de canela.
Sus ojos invadían la sombra,
iluminaban la punta de mis dedos
y ya no había escapatoria.
La humedad azul y amarilla de la tarde
me quemaba en amores
que no maduran, que se adormecen
dentro del cofre de la piel.
A veces, a media luz, sus palabras
rehusaban la prudencia
con una total ausencia de intención,
yo, me acercaba para no llegar,
para evitar que se rompiera
la ilusión de su boca jugando
a las escondidas en la semi penumbra,
que dejaba ver de cintura hacia arriba
sus formas de paloma,
y las raras líneas de sus manos gesticulando,
bajando por sus muslos
para cubrir lo efímero o lo eterno.
A veces, en pleno mediodía,
se abrazaba a los rayos del sol
con la necesidad de querer entibiar
su sombra diurna,
y yo me derrumbaba contra la hierba,
acurrucando mi cuerpo
sólo para recoger el roce de su falda.
A veces, así era feliz,
con un despilfarro de pasión oculta,
disfrutando el paisaje no prohibido,
pero si indiferente de sus ojos oscuros
y sus traviesas provocaciones. |