La tarde de los vinilos
Ese sábado, en el edificio de la escuela, los dos cómplices se dirigieron a la gaveta de Nicolás para llevarse todos los discos de vinilo argentinos, y escuchar especialmente canciones como “Buenas Noches Queridos Conejos” y “Canción para mi muerte”.
No había nadie en el edificio a esa hora, ese día, tampoco esa semana, ese año, esa década, por muchos años vacía y polvorienta querida escuela.
Leonardo que lucía su nuevo Seiko japonés, regalo del abuelo, sabía que la familia del cuidador vivía en la casa del predio escolar. También estaba al tanto que ese viernes a la noche viajaron al interior del país, cuando Asunción dormía. Solo se movían sombras en el patio de esa escuela pública. Solo se oían algunas voces, algunas risas de niñas y niños, campanadas avisando recreo en la madrugada silenciosa.
Aníbal llevaba sus vaqueros Levis, sus gastados pantalones, rotosos, sucios, llenos de grasa, parecían las prendas de un ayudante de mecánico. Se le notaba falto de higiene, desde ayer estaba muy sucio, desde hace dos semanas, dos meses, dos años, dos lustros, a su suerte y malherido de suciedad, gusanos que ya estaban secos dentro de sus bolsillos, que han muerto, que ya no viven de lo que sobra de alguna sangre derramada. Olores pútridos que el viento lleva para siempre.
Leo puso sus manos flacas y amarillentas, exangües, en la gaveta de metal sucia y vacía, llena de cucarachas, llena de bolsitas de pororó sin crestas blancas, llenas de hormigas que ya terminaron de comer hace años, hace meses, hace días, se habían ido, iban desapareciendo. El tiempo ya no contaba para ese espacio. Era un lugar abandonado.
Como llego la tardecita, y las luces no alumbraban, estaba oscuro. Y los dos compañeros buscaron y buscaron los vinilos ajenos. Los buscaron el sábado, luego el domingo, pasaron dos semanas buscando, dos semanas más, y otros doce meses. Unos tres años, y no había nada, no estaban ni los vinilos, no estaba Nicolás que era el dueño. No había nadie, no vieron a nadie, ya no esperaban a nadie. Los dos adolescentes se desvanecían en los muros viscosos de paredes húmedas y muertas.
Aunque luego fueron corriendo presurosos a buscar la salida de ese enojo tan grande, tan perjudicial, tan violento. La entrada estaba cerrada por enormes portones herrumbrados de color gris, con candados, para guardar las aulas sin clases, sin alumnos, sin risas, sin aire fresco que les de vida. Lugar llaveado y dejado a su suerte. Era la tarde, la oscuridad silenciosa comenzaba a hacer su ronda, la oscuridad abandonada por el sosiego pacífico y reposado, en el piso oscuros manchones rojizos, formas granates dispersas.
Leonardo busco otra salida, y encontró que sus manos anémicas ya no sudaban, sus ansiosos ojos ya no veían nada, estaban quietos, quietos en nada, en nadie, sin llegada ni salida, en el mismo lugar hace años, hace meses, hace semanas, los mismos días de hace treinta años. Quisieron salir al patio a buscar a Nicolás, el dueño de los vinilos, los argentinos cantantes querían ser disfrutados, los que se escuchaban en las fiestas en los años 70, los mismos que ahora ya no suenan, ya son solo sonidos que rebotan en la atmosfera alta, como los sonidos del griterío de niños y adolescentes en la escuela abandonada hace años, hace lustros, hace décadas.
Luego aún vivos escucharon desde el pasillo profundo y sin luz, un ente arrastrándose, un ser, un misterioso jadeo que parecía de vivo, sin embargo los jadeos eran de muerte, violenta muerte que ocurre en un solo día, pero se vuelve agonía de años. Deambular en pena por lustros, décadas de soledad y abandono, generaciones que no volverán a aletear por ese lugar, sin sol, sin luna, sin luz, solo negro, oscuridad que no se apaga.
La risotada inconexa de un ser sin vida que se arrastraba con gran trabajo, con gran peso, todos los pecados de todos los perversos se dibujaban en el aire, solo los que habían quedado con estas caídas en el pecho se podían aventurar en un lugar donde ya no había nada, no estaba nadie, no era ni recuerdo musitado en el lecho maloliente de un enfermo terminal desahuciado. Solo un machetillo silbaba y silbaba sobre la sangre ya desparramada en el piso frente al portón.
La muralla por donde escaparían no tenía algunos ladrillos, derruida, en ruinas. Llena estaba la finca de yuyales en vez de pastizales verdes bien cortados, desaparecieron con los años, de corazones malagradecidos, de aquellos que no visitan los lugares abandonados, las personas abandonadas, desangrándose los cuerpos y los espíritus en pena para siempre.
Solo el viento quedaba, y el mismo levantaba un pedazo de diario viejo, una hoja ya amarronada por el polvo y la suciedad, una pieza de pliego había sido dejada hace treinta años en la oficina de la Señora Directora. Ahora, del mueble derruido y comido por las termitas, salió el segmento de papel y dio noticia fatídica hace tres décadas, como hace tres años, como hace tres meses, semanas, días, como hace tres horas de un domingo de tarde de 1973, cuando los caseros volvían de su viaje, y la policía intervenía de lo que quedaba del dolor, de los gritos, de los cuerpos, de la sangre que manchaba el piso. Domingo sangriento y de muerte.
Diario La Tribuna, Lunes 28 de Agosto 1973, Policiales, Asunción.
Adolescentes masacrados en escuela pública en la capital paraguaya.
Tres adolescentes asesinados en un confuso episodio que tiene por trasfondo la guarda o el robo de unos discos de vinilo de música popular argentina de los afamados artistas bonaerenses Rubén Mattos y el grupo Sui Generis. Este fue uno de los posibles móviles detonante de los atentados mutuos y muerte de estos tres compañeros de colegio, protagonistas del lamentable suceso. Ellos eran tres cursantes del aula del 4to curso turno tarde del Colegio Tte. Cesar Cáceres de la capital paraguaya. Tenían por nombre Leonardo Britez, Aníbal Ballarino encontrados, juntos con los long-plays aludidos, muertos a machetazos al pie del portón de hierro de la escuela, y Nicolás Acuña cuyo cuerpo desangrado y destrozado por puñaladas fue hallado en el fondo del pasillo central del edificio escolar. Según presume la policía estos tres jóvenes se malhirieron mortalmente con armas blancas de diferente tamaño (cuchillos, navajas, machetillo, etc. encontradas en el sitio), desangrándose en el predio de su colegio el sábado último sin que nadie pueda acudir en ayuda de ellos; y de esa forma trágica y horrenda encontraron una sangrienta muerte. Por ahora se desconoce la participación de más personas en los asesinatos. Ampliaremos.
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