No soy bueno con las cartas,
realmente no lo soy en cosas largas,
en ningún aspecto de la vida.
No soy copa de la que debas beber.
La única parte extensa de mí existir
que se prolonga, más allá de todo
espejo roto, de todo halago efímero
y de una mirada sideral.
De todo encuentro y ardor racional:
Es este amor inexplicable que avanza
sin permiso como retamares,
bordeando las horillas húmedas
en ese bálsamo de felicidad que me es,
no sé, tal vez obsequiado sin
requerimientos.
Y sin embargo: Te imagino en un
paisaje colorido de figuras por doquier;
de sonidos cotidianos en un lugar
diferente a lo cotidiano.
De aromas varios y colores que
emborrachan de asombro.
Un paisaje de tarde serena y templada,
donde unos pies ligeros y ladridos
inocuos son la prueba más exultante
de toda paz y armonía. Y tu cabellera
cual utrera, escapa de tu rostro para
que veas de soslayo, el rosa frío en
la palma de mi mano.

“Compañera del alma, mire que el día es pura incitación.
No le huyamos a su confidente invitación.
Venga conmigo, aprovechemos este brillo,
y sonriamos juntos en aquel ventorrillo”.