El maestro se fijó especialmente en aquella alumna de pelo ensortijado, sentada en la última fila, cerca de la ventana, que no dejaba de mirar por el cristal , como ausente.
Era repetidora, luego lo supo, y fijo que ya se sabía la perorata del primer día de clase. " Otra habitante de las nubes" , pensó , esbozando una sonrisa.
La experiencia le decía que los lunáticos, como él llamaba a los distraídos, se evaporaban con facilidad, lo cual era el mayor obstáculo para sacarlos adelante.
- Señorita, cuénteme por escrito lo que ve por la ventana- le pidió afable el profesor, para sorpresa de la soñadora, forzada a aterrizar.
Obediente, cogió el bolígrafo, abrió la libreta y comenzó a garabatear entusiasmada.
Don Pigmalión había logrado interesarle con esa actividad.
Galatea se recreaba describiendo las nubes de ese día de abril, que amenazaba lluvia. Sus formas caprichosas la hicieron fantasear tan venturosamente que, cuando acabó el texto y lo leyó en alto a petición del docente, todos quedaron tan impresionados con la belleza del relato que prorrumpieron en sonorísimo aplauso.
Fue así como Don Pigmalión despertó el interés de Galatea para otras actividades, que a todas luces le despertaban menos interés, tales como las matemáticas o el dibujo.
La pequeña estaba más dotada para las letras que para los fríos números y lo suyo era dibujar con palabras .
La confianza y afabilidad de su mentor la hizo superar esos escollos. "Esas piedras en el camino no deben impedir alcanzar tu sueño , la escritura, "- le recordó más de una vez Don Pigmalión, cuando veía que su alumna favorita se escapaba por la ventana , en las clases de matemáticas.
Galatea se veía forzada a aterrizar para enfrentarse con los malditos polinomios, tan fríos...
El día que recibió el Premio Nacional de las letras escribió un discurso que versó sobre aquel profesor de su infancia que supo destapar su habilidad con las letras, rompiendo con el estigma de alumna repetidora de la última fila.
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