El primer arzobispo de Lima fray Jerónimo de Loayza, puso la piedra fundamental del primitivo templo de los agustinos, la estructura actual fue reedificada después del terremoto que destruyó Lima el 28 de octubre de 1746, este templo es notable por su fachada de piedra de tres cuerpos, en el más bello estilo barroco, la parte ornamental en prodigiosa floración embellece la portada, con su gran frenesí de formas; en 1768 la milagrosa efigie del santo Cristo de Burgos fue colocada en el convento grande de san Agustín.
En esta edificación merece citarse el coro y la antesacristía que tiene bellísimos artesonados, son de bella traza sus claustros y por ellos discurrió fray Antonio de la Calancha, autor de la muy celebrada “crónica moralizada de la orden de san Agustín en el Perú”.
Este convento conserva la notable escultura en el que Baltazar Gavilán interpreta la muerte, de ella decía don Juan Bautista de Lavalle el ameno cronista de la Lima colonial:
“fue hecha para la primera de las andas de la nocturna procesión que era sacada por los agustinos el día de jueves santo”
Era esta una de las procesiones más populares y originales de la Lima de nuestros mayores, más de veinte andas alegóricas desfilaban entre millares de cirios, con el acompañamiento de los rezos de la muchedumbre.
Esta imagen de la muerte es un espectro sombrío e inquietante, una creación de pesadilla, desafiante es la apostura de esta muerte entre gallarda y carnavalesca, tiene la cabeza redonda, sus fijos ojos de fiera habitan orbitas profundas y oscuras, cuentan que a veces se detenía en la victima elegida entre la turba, los brazos largos y secos tienden el arco, los dedos rígidos y nudosos van a soltar la cuerda, va a silbar la saeta y continuar su obra de muerte.
Sublimes plegarias subiendo a los cielos
Grandiosas ideas, afanes, desvelos
Pinturas y estatuas donde el arte relumbra
Poemas sublimes, hoguera que alumbra
Que han dado a los pueblos laureles y glorias
Los reyes caídos, los pueblos de pie
Todo esto en el mundo lo ha hecho la fe.
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