Vuelvo una y otra vez
a besar con dulzura la pecera,
dónde te deslizas aislado del mundo
en asombrosas aleteadas,
esquivando corales plásticos
y estrellas de mar
brillando con pintura sintética.
En ese mundo irreal en el cual vives,
en esa soledad de acuario,
es imposible que ingrese
mi simple calidad humana,
que reflexiona y palpita,
con el ritmo de un corazón
sanguíneo y enamorado.
Tu fría sangre de pez,
tu mirada sin respuesta,
se estrella con el deseo de acariciar
tus tornasoladas escamas,
y se me oprime el alma
al no poder sumergir mi mano
y rescatarte de esas aguas caldosas,
de ese estar y no estar
en que te encuentras sumergido,
aislándote sin saberlo,
haciendo poco atractivo tu hábitat
de colores sin brillo,
porque nadie desea aguas turbias,
todos desean nadar en aguas claras.
Entonces lo que temes
te aísla en el interior de la pecera,
y deambulas asceta en ese mar inexistente
dónde las sirenas artificiales te sonríen engañosas,
y alejas sin percibirlo
las manos que buscan rescatarte tras el vidrio,
para guiarte hacia un mar de plenitud
con caracolas verdaderas.
María Magdalena Gabetta
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