BANG- BANG- BANG-
Las astillas de cristal caen sobre mi cuerpo como lluvia, acarician mi piel, abriendo pequeñas brechas de las que surge la sangre, tiñéndome entero de rojo. El sonido del vidrio al resquebrajarse atruena mi cabeza como una música infernal que me enloquece, aunque no tarda en ser sustituido por el silbido de las balas que atraviesan la ventana, a gran velocidad. Sé que si me levanto, acabaré muerto. El atemorizado grito de los rehenes que acaban de escapar también acompaña esta canción de muerte y destrucción.
Miro para atrás un momento y veo el cuerpo de nuestro compañero, tirado en el centro de la estancia. Un gran charco de hemoglobina y mugre lo acompaña mientras su pérdida mirada me juzga por todos mis errores. Se suponía que lo tenía todo bajo control, pero no contaba con que uno de los guardias de seguridad estuviera todavía armado y, por eso, le descerrajó cuatro tiros al pobre Cuervo entre pecho y espalda. Yo lo fusilé a disparos, pero ya era tarde. La alarma comenzó a sonar con fuerza y, en un abrir y cerrar de ojos, la poli ya estaba rodeando el banco, listos para atacar. Braulio, quien nos esperaba en la parte de atrás con la furgoneta para sacarnos de allí con toda la pasta, seguro que salió huyendo como rata por tirante al oir los tiros, iba a ser un atraco perfecto, pero al final, todo se ha ido al carajo.
Afuera, escucho el sonido de las sirenas y a uno de los polis llamándonos. Dice que nos entreguemos, que no pasará nada si dejamos las armas y nos arrestan. Tendremos un trato justo y la condena no será grave. Me siento desesperado, aunque también, muy excitado. Mi corazón va acelerado como el motor de un deportivo y noto el sudor recorre mi frente, arrastrando con ello la sangre de mis lacerantes heridas. Sopeso las posibilidades de entregarme, aunque se que eso no va a pasar. Meto otro cargador en la pistola y decido responder.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Enseguida, la poli responde con mas disparos. Escucho como sus balas impactan contra los barrotes de metal de la ventana, protegiéndome de forma involuntaria. Saltan chispas de algunas y, por un momento, siento que estoy envuelto en llamas, porque el calor no deja de azotarme. Sigo abriendo fuego. No acierto a ningún poli, pero reviento algunas lunetas, un retrovisor y hasta el faro de una sirena. Los dejo, al menos, con el miedo bien metido en el cuerpo. Oigo más tiros. Se que eres tú.
Me vuelvo y te miro. Todavía llevas esas malditas gafas de Sol puestas, lo cual me parece gracioso. El pasamontañas, sin embargo, te lo has quitado. Tu larga melena marrón cobriza envuelve tu rostro, dándote un aire exótico y enigmático. Algunos cabellos se te pegan en la piel por culpa del sudor, lo cual te da un aire más morboso, si cabe. Te bajas las gafas un momento y me fijo en tus ojos. Son dos centellas azuladas que brillan con un fulgor intenso. Resultan hipnóticas. De repente, te levantas y disparas a nuestros enemigos. Yo decido acompañarte.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
Me han dado. La primera bala ha atravesado la oreja y el escozor que siento al notarla colgando es horrible. Sin embargo, no es una herida grave en comparación con la otra. Bien alojada en el pecho, no ha acertado al corazón, pero sé que es grave. Al respirar, noto como la nariz y la boca se llenan de sangre. Tú no estás en mejores condiciones.
Una bala ha rozado tu frente y te ha dejado una estela quemada de regalo, pero otra ha ido a parar a tu hombro y ahora tienes un sanguinolento agujero ahí. Veo como sale la sangre en viscosos hilos de tu herida. Nos miramos, petrificados por el dolor y el miedo mientras afuera, los putos maderos nos advierten de que si no nos rendimos, responderán con mayor contundencia. Tus gafas se caen al suelo y yo me pierdo en tus preciosos ojos.
Recuerdo cuando te conocí. Hija de la noche y de la fiesta. Libre y sin dueño. Bailabas en la pista de baile con quien fuera, hombre o mujer, pero nunca te comprometías con nadie, pues tú querías volar sin control. Entonces, nuestras miradas se cruzaron y supimos que acabábamos de ser prisioneros uno del otro. Nuestro amor sería nuestra cárcel, aunque poco nos importaba. A partir de ahí, se sucedieron las noches de alcohol, pasión y locura. No abandonábamos la cama ni queriendo. Tan solo nos devorábamos el uno al otro sin piedad. Tu cuerpo, delgado y esbelto, me encandilaba con su belleza terrenal. Tus pechos, pequeños y firmes, se bamboleaban de un lado a otro mientras me cabalgabas. Tu piel morena brillaba de forma intensa cuando el whisky lo bañaba, antes de pasar mi lengua por ella, degustando su agridulce sabor. en mi vida encontré a piba igual a ti. Nena, eras única y, aún hoy, lo sigues siendo.
Lo noto en tu mirada. Sabíamos a lo que veníamos y que las consecuencias serían ser terribles. Una cosa que dijimos es que nunca nos atraparían, que siempre seríamos libres. Tú fuiste quien me convenció de atracar un banco, que solo así haríamos realidad nuestros sueños, pero también, me advertiste de lo que podría ocurrir. Creo que tú, más que ningún otro, era muy consciente de esto. Y ahora, ambos lo sabemos, esto es el fin.
Levantas tu mano derecha con gran pesar y me apuntas con tu arma. Yo hago lo mismo. Tiemblo un poco, pero aún todavía puedo mantenerme firme. Afuera, escucho los pasos de la policía, listos para entrar y barrer con todo. Trago saliva y te miro. Tengo mucho miedo, nena, pero soy consciente de que ya no hay marcha atrás. Los dos lo sabemos y por eso, me sonríes. Incluso en los peores momentos, sigues estando tan preciosa. En otras circunstancias, ni me atrevería a hacer esto, pero sabes, tu eres mi perdición y por ti, haría las mayores locuras imaginables. Colocas tu índice en el gatillo. Yo igual. Los agentes irrumpen en la estancia y nos apuntan con sus armas, esperando nuestra rendición. Sin mas preambulos, lo apretamos al mismo tiempo.
Quizás nos encontremos al otro lado, y si no es así, no te preocupes, te encontraré, cueste lo que cueste.
¡Bang! ¡Bang!
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