Era la primera parte del año que completaba el tercer cuarto del siglo pasado. Y mi país vivía la convulsa campaña que intentaba prolongar la permanencia del gobierno, por un trío de períodos consecutivos. Pero el líder principal de la oposición, alegando que el régimen tenía los amarres necesarios para quedarse en el poder, declaró la abstención electoral de su partido.
Y al ser insignificante el restante partido opositor, los cerebros del oficial pusieron en movimiento un plan que distrajera, atrayera y que comprara el ánimo de la juventud. Entonces, en cada barrio y en todas las comarcas se abrió un local que pondría un obligatorio 'cintillo' sobre la cédula de cada persona en edad de votar. Y los reclutados(comprados) para realizar ése 'trabajo' fuimos los estudiantes de la época.
Así llegué una mañana a la 'oficina' de la Penetración Oeste del barrio Los Mina. Y mí 'difícil' tarea era pedir el nombre a la persona que un militar hacía pasar, buscarlo en un libro gigante, desprender 'el cintillo' que tenía la dirección de la mesa electoral que correspondía al mismo y fijarlo en su cédula. Y entre cédulas y cintillos, conocí a Mayra, a Elena y a Alina.
Mayra, la más lejos de nuestra compleja mezcla racial, pero muy metida en el universo de nuestra alegría. Me llevó a su casa y traté su famila, me hizo probar el 'lambí' y me enseñó Papiamento, pero me celaba con Elena y Alina. Me dió dos besos ausentes. Elena, un fiel ejemplo de nuestro mestizaje y mucho más lanzada. Lejos de esperar por una ruta; la trazaba y te empujaba por élla. En su casa me presentó a su tío, un gran cantante nacional. Bailamos mucho, cómo baila 'el mar con los delfines'. Me dió dos besos reprimidos. Alina, un modelo fehaciente de nuestra raza dominante. Con un lenguaje que no ocultaba lo que quería. Vino a mi casa y le toqué la guitarra, pero mostró inconformidad. Sus besos fueron de lecturas insatisfactorias.
Las 'oficinas' para pegar cintillos se mantuvieron abiertas hasta el mismo día de las elecciones y por supuesto, el gobierno se quedó en el poder. Y para colaborar con el olvido, sólo me planteo la siguiente pregunta: ¿Cuál fué mejor de las tres?
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