Hoy, después de VIII semestres en la universidad, miro atrás y me acuerdo de cada uno de los profesores que hasta ahora me han dictado las más “apasionables” clases. Claro está que no todos, de algunos he aprendido algunas cosas.
Pero existe un caso que más que decepción, causa en mí una especie de risa, y que a la vez me lleva a varios custionamientos sobre el buen manejo de la lengua española.
Entra a clase con la arrogancia del caso. Bien vestido, de corbata, traje, y las gafas que son características de él los días viernes. Con su acento bien marcado, y que además no quiero hacer referencia, mira a cada uno de los alumnos que entran a clase con la angustia eterna de no haber leído, con el miedo de un cero más en el semestre, y con un comentario entre grosero e irónico, se dispone a dar comienzo a su maravillosa clase.
Después de pasados unos minutos de charla y con su marcado acento, mis castos oídos oyen indefinidamente un de que, de que, de que, que se mantiene constante a lo largo de toda la intervención de tan respetable profesor; también sé que no se sabe qué es peor, si el dequeismo o el antidequeismo; pero bueno creo que ustedes se imaginan a qué de que me refiero.
Quiero dejar claro que no tengo nada en contra de este catedrático, es simplemente una especie de crítica constructiva, para que baje un poco su arrogancia, y su falsa creencia de sabérselas todas, pues los temas económicos del país no abarcan todos los conocimientos, pues si de temas económicos se trata, no me cabe ninguna duda de que es un experto en ellos.
Por ultimo, quiero darle una sugerencia: y es que en uno de sus tiempos libres, en vez de preocuparse tanto por las frases irónicas que le dirá a sus alumnos asustados por no leer, se dé una pasadita por la facultad y le pida como favor personal al doctor Arias unos consejitos para un mejor manejo de la lengua española.
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