Que un canto alado y revoltoso
eleve mis anhelos a través de
tierras de fuego y cordilleras
ocasionalmente pálidas, y como
adalid surque el erial de tu
septentrional silencio y pueble
de alegrías tu tristeza y en un
exalto de libación se aleje la
soledad de tu vino.
Y en dulce percepción de voces,
entibiar tus manos frías bajo
unos cielos sepia de perenne horizonte.
Así entonces puedas ver esconderse
el sol por tu balcón en un último haz,
como vaho sobreviviendo a la
muerte vespertina; iluminando
en tus ojos lo que tus labios mienten.
Y caminar… caminar, siempre igual.