Autor: anónimo

El padre Coruco, benévolo y feliz sacerdote de una humilde iglesia. Tenía mucha paciencia con sus feligreses en aquel retirado pueblecito en las montañas del Estado de Sinaloa, donde los altos jerarcas de la iglesia no se paraban ni de casualidad, lo mismo pasaba con el gobernador del Estado y sus ayudantes.
El presidente municipal (comunista de hueso colorado) y él, eran grandes amigos y se toleraban sus creencias mutuamente. Además, al anochecer disfrutaban de pláticas sabrosas sazonadas con un rico y espumoso chocolate con sus respectivas donas. El edil era el responsable de llevar estas delicias.
En las tardes el buen sacerdote tenía como penitencia escuchar los supuestos pecados (sólo imaginarios o de pensamiento), de una multitud de beatas solteronas (los muchachos de ese lugar emigraban por mejores oportunidades).
“¡Caray! —pensó el representante de la divinidad—, lo que estás mujeres necesitan es un hombre que calme sus angustias y deseos, así dejarían de darme la lata, pero, por desgracia ninguna de ellas está como para despertar pasiones tormentosas”.
Por eso, fue un cambio agradable recibir en confesión un guapo joven, seguro de sí mismo, que le dijo:
—Acúsome padre de ser pirómano.
Mientras oía lo anterior el padrecito angustiado con ambas manos trataba de apagar el fuego de los bordes de su sotana y decía:
—¡Pirómano! Tú, eres un hijo de la chingada.


NOTA ACLARATORIA
Queridos amigos:
El chiste del pirómano ya es muy viejo y de autor anónimo, yo lo use para el padre Coruco.
Les pido disculpas por habérmelo fusilado.
Heraclitus