No era uno más de los bares de la ciudad, tenía su encanto, con seguridad por la concurrencia de una decena de escritores, que lo hicieron suyo, una especie de árbol que los cobijaba en su seno, al punto tal que con el tiempo le acordaron un apodo, -Bar de los escritores-
Una de las peculiaridades consistía en que no cerraba sus puertas, siempre estaba abierto, y siempre había amantes de la pluma, sentados, charlando, intercambiando ideas, café de por medio.
Por aquí y por allí, podrían encontrarse hojas y apuntes, dispersos en alguna mesa, versos plasmados en pequeños papelitos, olvidados quizás por una diestra temerosa de hacerse conocer, es más Don Jaime, el propietario, cansado de recoger y guardar aquellos trocitos de sentimientos, cierto día tomó la iniciativa y comenzó a pegarlos en las paredes del local. Y así, con el correr de los días y sus noches, aquello se convirtió en el mejor adorno dándole un color especial al ambiente, mejor que cualquier otra pintura.
Otro detalle sobresaliente, digno de tener en cuenta, era que a ninguno de los escribientes, lo había visitado la suerte y condecorado con la publicación de un libro propio. Sólo, el por ello famoso, Augusto Pinto, poseía en su haber, su libro °Mocedades°, novela que logró cumplir dos ediciones en su momento. Esto le valió un lugar reservado en el Bar, y el respeto de todos sus colegas. No por ello, era posible notar su presencia entre los concurrentes, siguió siendo uno más de la barra.
Cierta noche, uno de los artistas, propuso compartir su alegría con sus compatriotas, festejando que uno de sus cuentos, había sido favorecido con el Primer Premio en un certamen internacional, razón más que suficiente para invitar a una copa a todos los presentes y brindar juntos por tal logro. Como cada vez que ocurrían festejos similares, la algarabía contagió inclusive a los demás clientes que se encontraban en el recinto, en aquellos momentos.
Un invierno crudo azotó la zona ese mes de Julio. A Don Jaime, sus años le hicieron una mala jugarreta, sus pulmones gastados por la nicotina, exhalaron sus quejas, y partió en su último viaje.
Un considerable número de personas acompañaron el féretro a su nueva y tranquila morada, y entre ellos, por supuesto, sus viejos clientes-amigos literarios.
Unos días más tarde, comenzaron a comunicarse entre ellos, los escritores del Bar, necesitan encontrarse…varias y variadas ideas, se manejaron, hasta que Augusto Pinto, propuso entablar una cita con la familia del difunto, y ver la posibilidad de que la °barra° se haga cargo del Bar, temiendo, quizás, que decidan cerrar el establecimiento, tan querido por ellos. Todos sin excepción, dieron su acuerdo y la reunión se llevó a cabo en el bar, como era lógico.
Estuvieron presentes, la viuda y dos de sus hijos que vivían en la ciudad. La asistencia de los amantes de la pluma fue total, nadie quiso estar ausente en aquel día especial.
Fue, por supuesto Augusto, quien abrió la tan peculiar sesión; en un ambiente frío, donde faltaba la presencia del viejo propietario, las palabras primeras fueron un poco para recordar la gentil acogida que el bonachón don Jaime siempre les brindaba y la sonrisa que estaba como dibujada en su rostro de hombre bueno.
La señora Elvira, con ojos llorosos, agradeció con cálidas palabras, todos los méritos a su querido esposo regalados por todos “sus amigos”.
También los hijos, destacaron con suma admiración el gesto de agradecimiento del que era acreedor su respetado padre. Agregaron, además, que toda la familia, veía con mucho interés el hecho de que el bar continuará abierto, pues estaban seguros que tal sería el deseo de don Jaime, y más que más, que sean ellos, sus viejos clientes, quienes se harían cargo de mantenerlo en funcionamiento.
Fueron manipuladas varias proposiciones en lo relacionado a la parte técnica del contrato entre la familia y Augusto, elegido como titular del consejo de escritores. Todo se efectúo en forma correcta, sin ninguna clase de problemas. Varios apretones de manos, algún que otro abrazo, sellaron el comienzo de una nueva etapa.
Después que los miembros de la familia abandonaron el lugar, quedaron reunidos los “nuevos encargados”. Cada uno dio su idea sobre cómo continuar la marcha del bar; se barajaron proposiciones, puntos de vista… era posible palpar en el aire el entusiasmo de todos, que querían, en una forma u otra, demostrar su alegría y deseo de apoyar el proyecto encaminado.
Se confeccionó una lista con los encargados diarios que regentarían el desarrollo del establecimiento. Fue establecido que todos los lunes, habría una reunión para tratar problemas, arreglos o detalles pertinentes. La mayoría de los miembros del Consejo Administrativo eran jubilados y por lo tanto el tiempo no era su problema y estarían en todo momento, dispuestos a dar una mano en todo lo que sea necesario.
A los pocos días, fue colocado, al frente del edificio, un cartel con el nuevo nombre: “El Bar de los Escritores”
Esa misma tarde visitó el lugar, una periodista de uno de los diarios de la ciudad.
Entró, eligió una mesa en uno de los costados, se sentó y pidió un café negro y fuerte. Sacó de su bolso su mini-Pc, y entre sorbo y sorbo del exquisito y aromático café, empezó a dejar sus impresiones de todo lo que veía a su alrededor.
No pasó mucho rato, hasta que un hombre mayor, se levantó de su mesa, y se acercó a ella…
-Buenas tardes, ¿deseo preguntarle algo, es posible?
-Por supuesto, siéntese, lo escucho….
-Entiendo que es escritora, ¿me equivoco, o quizás poetisa?
-Más o menos, soy periodista del Diario Nacional, tengo un espacio en la sección Cultura, y al pasar por aquí, me llamó la atención el cartel con el nombre del Bar, y aquí estoy…conociéndolo…
-Ohhh, que agradable sorpresa, será un orgullo que figuremos en los diarios.
-¿Figuremos?, no lo entiendo…
-Tiene razón al asombrarse, debí explicarme antes…no importa, lo haré ahora, si lo desea…
-Sí, sí, lo escucho…
Y en unas pocas palabras, le detalló la pequeña historia del Bar. A continuación hubo preguntas y sus correspondientes respuestas. Ya estaba avanzada la tarde y lo que empezó como una simple charla, se convirtió en un simposio literario, pues pausadamente se fueron acercando uno tras otro, los asiduos clientes, que iban llegando al recinto.
Al retirarse, nuestra entusiasmada joven periodista, los dejó, prometiendo que en unos días publicará un comentario sobre este peculiar rincón de la ciudad.
Y así fue. El artículo publicado, fue recortado del diario, enmarcado y colgado en la pared junto a los cientos de papelitos, ya tradicionales, de los amantes de la pluma.
Vale decir que dicha publicación, fue como un imán que atrajo la visita de decenas de curiosos, pero también, a un considerable número de amantes de la escritura, que con el tiempo se fueron agregando a la vieja barra de escritores.
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*Registrado/Safecreative N°1701260447886
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