No estoy loco. Sé que hora es, sé como me llamo, conozco el número de teléfono de todos mis parientes y se los puedo recitar uno a uno si así lo desean. Estamos en primavera del año dos mil cuatro y si algo me agrada de mi país es esa maravillosa cordillera que se eleva por sobre los quince mil metros, esos temporales de viento que nos obligan a rehacer nuestras viviendas cada dos minutos, ese cielo rojizo y semi transparente que nos recubre y la atmósfera mortecina que nos tiene a todos con los ojos saltones. ¡Ah! Como adoro Marte.
Aunque no me crean, yo habito en el espacio vacío que va dejando nuestro planeta cuando se traslada en su imperturbable órbita. Me he armado una casita muy linda, construida con una infinitud de ecos que he martillado unos sobre otros. Mi dormitorio, por ejemplo, está hecho de ecos religiosos, una voz vigorosa capturada en mil ochocientos cuarenta y tres y que me pareció resistente, la he usado como refuerzo para luego ir compaginando otra multitud de ecos, de tal suerte que con una vocecita meliflua, un coro polifónico y la potente voz de un tenor, junto a otros setecientos mil sonidos de la más diversa índole, me he construido los adobones que actualmente estructuran mi dormitorio.
En una caja de oro que me regaló El Principito, guardo el eco de una voz sobrenatural que al escucharla uno, siente que la piel se le eriza. Dicha voz es suave pero muy enérgica y se expresa en un idioma ininteligible pero por el acento, la tonalidad y el énfasis que imprime a sus palabras, estoy seguro que está hablando de amor. Cuando gusten, pueden venir a escucharla ustedes también. Total, yo estoy a la vuelta de la esquina a seis mil años luz, háganse un tiempo y verán que vale la pena.
Yo puedo viajar en el tiempo. Para comprobarlo voy a retroceder algunos segundos y vean ustedes, estoy de nuevo escribiendo: “yo puedo viajar en el tiempo”. Soy genial y ustedes comprenderán que a los genios se nos ignora o se nos envidia. Si quieren saberlo, de esos dos materiales, de la ignorancia y de la envidia está conformado el universo. Y cuando se produce mucha acumulación de esa materia, entonces se forman los planetas. En la época que nació la tierra, había una sobredosis de estos elementos y dicen que es muy buen abono para que se desarrolle la clase humana. Converse con cualquier persona y se dará cuenta que lo que predomina en ella son ese par de elementos.
-¡Buenos días don señor nuestro!-
-¿Ha dormido bien esta medianoche?-
Le contaré, mi estimado patrono marciano, que con los reflejos y destellos que salían desde su cabecera importunó mi dulce sueño. He quedado al acecho de sus sueños, esperando con ansias el momento en que volaran sus musas para echarle el guante y poder darles muerte. Las envidio ¿y que? A ellas las envidio porque Ud., constantemente, les atribuye su genialidad y yo creo que no es así. Ud. maestro, es genio desde que aceptó que la polifonía coral era el fin de toda la monotonía que lo rodeaba. Desde que aceptó hacerme albacea de su bien más preciado... su espíritu cuentero.
Sé que a veces Ud. quisiera estrangularme o por lo menos narcotizarme para dejarme convertido en materia inmóvil y silente. Adivino en su mirada las ganas de taparme la boca y amarrarme las alas para que deje de revolotear sobre su cabeza, pero también advierto la otra, aquella que me busca, la que me llama, la que muchas veces me necesita para sacar los pies de la realidad que tanto nos incomoda.
-¿Que cree?-
-¿Es esta una catarsis?-
-¿Necesitamos de todo esto para reírnos de nosotros mismos?-
Le contaré un pequeño cuento:
"El Principito a mí me regaló su rosa, esta no murió en la panza del cordero lo que el susodicho, finalmente, engulló fue una mata de ortigas que le perforó el estómago y le lleno de cardenales el culo".
Levántese señor genio omnipotente, ya es hora. Me preocuparé de organizarle el cuchitril desde la A hasta la Z, espero que no le importe que juegue a armar versos y rimas mientras Ud. se entretiene... tratando de sobrevivir.
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