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19 de Agosto, un día después de haber cumplido los diecisiete años de vivo, y unos dos de estar viviendo.
Llego de la escuela, saludo a todo el mundo y estoy dispuesto ha hacer nada. Estando postrado en mi catre dentro de mi habitación, un bullicio arremete mis profundos sueños. Es mi mamá.
Ella es una persona tenaz, empredora y una mujer vulgarmente hermosa ante mis ojos. No es perfecta, no es la mejor. Ella es humano, como yo. Pero es mi madre, y razón suficiente dentro de mi corazón es para amarla sin límites.
Vuelve a pegar un grito insitando a que levante de la cama mi cuerpo inerte. Yo ofuscado y muy obediente me dirijo al comedor. Está toda la familia, todos aparentemente con un carácter pusilánime, y dando al intelecto mío la posibilidad de notar el mal día que llevaban.
Mi padre, un tipo gordillete, moreno, de buen porte por supuesto, cuenta a nosotros las pocas esperanzas que tiene por encontrar algún trabajo, un decente trabajo. La última vez que laboró para una empresa, le remuneraron una cantidad indignante por el lapso de un mes. Él, flipado, desesperanzado, taciturno, y muy resentido con la vida, se negó a recibir el dinero ante inaudita situación.
Sentado en la mesa, un poco aislado de los demás, pienso. Pienso que se siente muy mal ver a quien te engendró sin esperanzas de nada. No hay camino, ni mucho menos algún futuro en donde seamos felices.
Las dos de la tarde, y yo aún me encuentro sentado junto a los demás lidiando con la tensión que había surgido entre nosotros. Hago ademán de incomodidad y estar satisfecho. Tomo la vajilla con algunos huesos aún sabrosos para complacer el hambre de aquellas mascotas que aún poseemos. Princesa y peluchín, ambos son caninos de raza Schnauzer. Saltando y mordisqueando mis talones de felicidad me recibieron, y si bien es cierto, felices por las sobras, mas no por haberme visto después de tanto.
Recorro el pasillo que conecta todas las habitaciones, cruzo por el comedor, y agradezco a mi madre por tan apetitoso almuerzo. En realidad me sentía a gusto, a pesar de no haber sido un destellante plato de arroz con pato, sino un sencillo caldo. No podía quejarme, después de todo quedó muy bien, puesto que mi estómago carecía de alimentos.
Retumbo en mi catre sin temor a que desplome. Gracias a la gravedad, eso no ocurrió. Renuente ha realizar mis quehaceres, y dispuesto ahora sí, ha domir sin interrupciones. Cierro los ojos, pero no tarda en escucharse ahora el sibilino canto de un pajarillo perteneciente a mi poco servible teléfono. Lo tomo y observo. Es un mensaje de mi ex.

- ¡17 años al fin! - Escribe ella, con entusiasmo al parecer -
- Sí, pensé sería más emocionante haber cumplido el décimo septo año de vida. Nada Interesante. - respondo -
- ¿Recuerdas lo que empezamos, y nunca concluimos? ... Bueno, te espero a las cuatro en mi morada, aquella que desde hoy siempre recordarás. ¡Hoy es tu día campeón!. - Fin de la plática -

¡Estoy flipando!. Mi ex, que ya hacía buen tiempo que terminamos, me propuso, o impuso, tener sexo esta tarde.
El día está desbordando lo habitual, y mola mucho. Apoyado en mi respaldar me mantengo por más de una hora, pensando, hasta que llegó el momento de prepararse para la situación que con tantas ansias esperaba.
Entro a la ducha, empieza a caer sobre mi cuerpo la muy fría agua. Empiezo a sentir una sensación extraña a mi cuerpo. Mi mente fresca y ofuscada pierde la razón. Mis manos ávidas de censura merodean el miembro mío. Empiezo a sentir como mi órgano cavernoso se colmaba de sangre, atestando incluso el espacio más recóndito para así poder llegar a su máximo esplendor. Mi mente empieza a reproducir imágenes y recuerdos de aquellos fortuitos, y furtivos momentos de intimidad, nada más que intimidad. Mis manos se dan al encuentro con el faro de la felicidad y las malas decisiones, para complacer sus deseos. Movimientos eróticos acompañan a mis manos, que inconscientemente juegan con mis genitales. Sentía estar drogado, sentía, adrenalina, cansancio, exitación, compasión y mucho deseo de poder estar entre sus piernas, y esta vez no para tomar una siesta. Puedo percibir que el fin está por llegar. Siento querer explotar, y así fue. Exploté mis líquidos sementales por todas partes, imaginando haberme corrido en su espina dorsal. Cuando menos lo imaginané, ipsofacto lo noté. Estoy escurrido en la ducha. Exahusto, complacido, y confuso. Había ocurrido algo faltal. Me había masturbado.


Texto agregado el 04-04-2019, y leído por 43 visitantes. (0 votos)


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