La certeza me susurra al oído que no volverás… mis esperanzas aún consiguen engañarme. La cordura me ajusta su cinturón para no perderme… soy pasajera segura de un viaje onírico a tu regreso. El silencio me despoja del eco de tus palabras… mi alma grita descarnada en madrugadas sepulcrales. El llanto quiere vaciarme el dolor que me ahoga… mi díscola carcajada despierta a la ciudad.

Mis húmedos ojos no me dejan ver claramente… tengo tu rostro y tu sonrisa grabados en mi mente. El tacto me dejó manca de tanto buscar tu cuerpo… tengo tu fotografía tatuada en mi marchitada piel. No logro degustar la vida como antes… no dejo que nada ni nadie me quite tu sabor. Me pregunto si hay aromas distintos al tuyo, sonidos que puedan reemplazar la melodía de tu voz.

El duelo me trajo docenas de calas de regalo… sigo sembrando miles de tréboles de cuatro hojas. El dolor me consume las ansias de continuar con vida… mis signos vitales están más fuertes y alertas que nunca. La angustia me empuja a dormir mis penas… el sol y las estrellas me acompañan, sin descanso. La caída me asegura que no tuve un simple tropezón… me levanto erguida, con la frente en alto, el corazón palpitando.

El verano me cubre con tu frialdad… me cobijo en el fuego de mis sentimientos. El otoño derrumbará tus recuerdos como doradas hojas… convertiré mi imaginación en una envidiable primavera. El invierno hará arder en mí tu ausencia… congelaré los momentos compartidos. Mi amor, mi único aliado, puede tambalear… jamás tentarse a morir si aún tengo vida.