Ya había oscurecido cuando llegué a casa exhausto y con ganas de dormir tanto tiempo como fuese capaz.
Mi trabajo como cirujano de uno de los mejores hospitales de la ciudad siempre era agotador.
Toda mi familia –en especial mi padre– siempre me recordaban lo afortunado que era de tener un trabajo en un hospital tan bueno.
Pero para mí hace tiempo que había perdido la chispa de la emoción. Ahora sólo me quedaba en la memoria los recuerdos de las pérdidas que podría haber evitado.
Siempre he tendido a culparme de cada muerte, al principio eso me servía de aliciente para mejorar. Ahora cada uno de los pacientes que he perdido me siguen en mis pesadillas, con ojos acusadores, señalándome con el dedo como diciendo: fuiste tú quién me arrebató mi vida.
Hace años que voy a un psicólogo, pero supongo que no me sirve de mucho.
En fin.
Cerré la puerta de la salida con doble vuelta de llave y entré en la cocina dispuesto a preparar una cena rápida antes de tomarme mi pastilla para dormir y pasar al día siguiente.
Siempre he sido muy meticuloso con el orden. Quizás fue ese el motivo de que me fijase rápidamente en el cuchillo que faltaba en el bloque de la encimera.
Pude sentirlo clavado en mi costado incluso antes de que me pudiera sorprender de su ausencia.
–Me arrebataste lo único que me importaba en el mundo. Ahora te quitaré tu vida como pago–sentí su aliento cálido susurrándome en la nuca antes de desplomarme sobre el suelo de mármol.
El intenso dolor latía furioso en mi costado incluso después de haber despertado entre un pegajoso y frío sudor.
Me levanté tembloroso y con el corazón acelerado. Tenía que comprobarlo. Sobre la encimera el bloque de cuchillos estaba intacto. Sin embargo, la sensación de que falta una pieza en mi vida está presente en cada momento desde el primer paciente perdido. Suspiré agotado antes de meterme en la ducha y prepararme para ir a trabajar.
Hoy será otro día.
Texto agregado el 31-03-2019, y leído por 73
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