Es más fácil caminar por líneas rectas,
avanzar sin mirar a los lados,
abanderando un retrógrado progreso,
selectiva arrogante exegesis,
altanera y distante,
con un espejo cristalino como guía,
una servil uniformidad como escudo:
la fraterna crítica lapidaria y esquiva.
Así camina la humanidad,
nuestro selecto mundo moderno,
adusto crítico a toda contraría crítica,
feliz con su amañada polifonía de voces,
cristalizada mirada que sentencia en contra
de una mímesis nada desdeñable
y por eso mismo afecta a osadas pasiones.
No se inventa, no se crea.
De tiempo en tiempo, provocadora
surge siempre la visión insolente y respondona
que va más allá de un aletargado clasicismo,
voz extravagante, singular que ha de enmudecer
frente al vetusto honorable talento,
espejismo falaz de falso abolengo
que confunde arte con producto
en celebradas modas endogámicas.
Ay de quién imita sin inventar,
que reinventa ambiguas y eternas copias
que hacen de lo erudito lo vulgar
y en lo vulgar ensalzan la alta erudición.
Eterna réplica del modelo,
efímero modelo de la réplica.
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