¿Qué consuelo existe? En las esquivas miradas,
para el rostro desinteresado que es ignorado,
cuyas claras palabras se desvanecen acalladas.
¿Qué consuelo existe? Para quién se declara
famélico insatisfecho, golpeador de cabezas,
no con el afán desgastado de querer enseñar,
sino que deseoso que algún día lo dejen entrar.
Me desvelo como esclavo del deseo de hablar,
lisiado idiota, ignorante de no saber escuchar.
Esperanzado alzo la mirada a la distancia
buscando entre los árboles un tibio agujero.
Desde lejos mi alma se llena de ansia
por disfrutar de un acogedor consuelo.
Agitando tus flexibles y enraizados troncos,
en mágica sincronía con el cálido viento,
llega hasta mí el suave susurro de tus hojas.
¡Qué me acerque! Llamándome tu voz siento.
Cae seguro el paso al sumergirme entre las ramas,
mientras los susurros se cubren del grito desesperado.
Miles de graves quejidos desgarradores me rodean
sin un mensaje claro, sin un sentido determinado.
¿Qué quieres decirme? ¿De qué me hablas bosque?
En esta tarde gris que seca tengo las emociones.
Sordo y acurrucado en este paralizante lamento,
de egoístas e internos cantos y tristes canciones.
Un inesperado relámpago enciende todo el cielo,
desde lo alto baja el crujir seco de siglos de silencio.
Agitan las vibraciones en mi cuerpo las entrañas,
sonido estruendoso que se cuela ronco y sediento,
erizando los vellos de la piel de maneras extrañas,
hasta llegar inadvertidamente a la entumecida alma,
que se estremece temerosa, culpable de ser iluminada.
¡Y yo que esperaba la dicha y me atrajo tu desgracia!
Alzo las manos, cubro mi rostro de los latigazos,
frustrados vaivenes de las atormentadas ramas,
transformación de las suaves caricias sin aliento.
Escupes el llanto desconsolado de miles de almas,
la voz de los afligidos desde la garganta del viento,
en cada gota desde cada hoja una pena arrancas,
quejas y lamentos de cadáveres que se arrastran,
tras la vida en el tormento, buscando su alimento.
Fueron mis manos las que plantaron
indeseados extranjeros en tus tierras,
luego de cortar a tus nobles ancianos,
y verlos caer bajo las filosas sierras.
Fueron mis pasos los que ahuyentaron
a todos quienes te hacían compañía,
persiguiendo y cazando las tímidas aves
hasta acallar sus alegres cantos un día.
He sido yo quien hizo de tu tibio suelo
ese frío, nauseabundo y estéril basurero.
Era yo en otros rostros. Era yo con otras ropas.
Era yo vestido de progreso, quién te condenó
a padecer el dolor, a sufrir con todo esto.
He venido buscando estúpidamente la vida
entre las huellas de nuestro paso de muerte.
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