Cuando miro hacia atrás, algunos rostros del pasado me esconden sus rasgos efímeros. El tuyo todavía me mira, puedo ver aún alguna mariposa furtiva bajo tus pestañas. Quizás la luna, se refleja en ellos más de lo debido. Y ahora recuerdo que hoy, he vuelto a ir a la tierra de la melancolía, tras la cara alejada de esa luna que pinta mariposas blancas en tus ojos. Y sé que piensas lo mismo que yo. He podido verlo tan sólo un instante, mientras pasabas la página de ese libro. Nunca te confesé que los pequeños espacios por donde acude la luz, se derraman en mi propio alumbramiento. Y ahora vuelve a alumbrarme la melancolía, aunque tus ojos de mariposas aún sonrían. Si supieras que la melancolía es como la fiebre, seca y contagiosa. Si supieras que hay que huir de ella y buscar rápido cualquier otro cobijo, alejarse de sus grandes abrazos. Pero ahora te quiero confesar que he sido seducida por su encantamiento. Su abrazo es tan dulce. Es tan largo. Y es tan efímero. Tanto que pronto te lleva a su propio silencio, apartándote del tuyo. Y es entonces cuando hay que volver. Regresar a ese libro que lees, alejándote de la luna y del resto de los astros que pueden constelar proyectos enajenados. Sí, ya sé que ese libro no tiene rastros poéticos. Parece tan sólo una prosa inerte que cuenta una historia, y, sin embargo, me ha parecido que en otro lugar, tu voz escribía un poema tras esas letras vacías, desde nuestro propio silencio.