Natali
El sábado se hacía largo y gris para Natali, mientras ordenaba la casa escuchaba a Julio Iglesias en una canción que parecía dedicada a ella misma y la nostalgia le tocó el corazón haciendo que sus ojos se llenaran de lágrimas.
¿Por qué se había ido sin luchar por ella? ¿Por qué jamás me atreví a llamarlo? ¿Dónde estaría ahora? ¿Quién ocuparía su lugar? ¿Quién dormiría en su cama?
¿De quién sería su cuerpo y su corazón? ¿La recordaría como ella a él?
Esas y mil preguntas revoloteaban en su cabeza, recordaba el día que lo dejó pensando que no era el adecuado para ella, se había subido a un pedestal hecho por sus padres de donde ningún hombre “inferior” a ella la haría bajar, sin pensar en sus sentimientos, estaba enamorada de él pero la juventud quizá y los consejos familiares la llevaron a mentirle a decirle que él no era su verdadero amor y eso lo lamentó durante toda su vida, jamás supo nada de él, se marchó con el corazón destrozado sin siquiera luchar por aquél amor, el amor que creía perdido.
Sus ojos rojos dejaban caer como en cascada lágrimas amargas y saladas que miraban aquella casa, su casa, casi un castillo, con muebles muy finos, vestida con todo el lujo que el dinero en abundancia puede dar y se sintió muy sola pensando…pensando.
De pronto alguien le habla desde una de las habitaciones:
___Mamá, no voy a cenar, salgo con la barra, vamos a bailar, no me esperes… me olvidaba, llamó papá dice que no viene a cenar, tiene una junta de negocios y que llegará tarde, no lo esperes despierta.
Natalí pensaba, otra junta y justamente un sábado… otra vez comeré sola… aunque ya no me importa, no supe elegir entre la felicidad y la comodidad, tarde ya, el otoño se instaló en mi vida y no hay vuelta atrás.
Y mientras la canción seguía sonando en la radio, Natalí se sentaba en la cocina a comer junto a su perro, fiel compañero que jamás tendría una junta de trabajo ni la dejaría sola y la vida continuaba y la tristeza y la melancolía serían junto a su perro, su eterna compañía.
Omenia.
|