—Y viste cómo son las cosas, Chacho. Lo más importante es la familia. Vos esto lo debés saber bien de bien porque además de tener familia sos bombero. Arriba del camión y con la sirena a todo trapo resulta que toda esa gente afectada por el fuego es como tu propia familia que tenés que cuidar sea como fuere. Ahí, y esto me lo imagino aunque vos no digas nada, ahí son todos tu familia, la gente del fuego y los muchachos del camión. En un incendio somos todos parientes, viste, buenos y malos, lindos y feos hermanados en la misma cosa, envueltos en la misma lo que se dice circunstancia y con la misma preocupación.
—Una situación límite, che. Claro…
—Y yo lo que te voy a contar te lo digo porque viste que no tengo hijos ni mujer… Sí. La vida a veces es así, qué sé yo… En lugar de hijos me tocó un sobrino precioso… aunque el resentido de mi hermano no quiere saber nada conmigo desde que murió mamá…
—No sabía que se pelearon vos y Juancito, che. ¿Qué onda?
—¿Nunca te conté? Nada. Un malentendido… Me echa la culpa a mí de que la vieja murió justo el día que cumplía 60 años… 65 años, creo.
—Jodeme. ¿Tu vieja? ¿Y qué pasó con Juan entonces, Polo?
—Nada. Nada. Una huevada con unos strippers. Cosas que pasan. Dejalo ahí. Es un envidioso y un resentido mi hermano; algún día vamos a hablar bien. Mientras tanto a mí lo único que me queda de la familia son el viejo, que encima anda en silla de ruedas, y Carlitos, el sobrino que te digo, que es un sol y el hijo de mi único hermano. Y de eso te quería contar. Vos no sabés lo que lo quiero al mocoso ese. Es un divino, che, y hace un montón que no lo veo. Mirá. Resulta que el año pasado cumplió nueve años. Mi cuñada me invitó. Es lo normal. Si cumple años tu pibe y está el único tío por parte del padre, ¿qué hacés?
—Lo invitás.
—Lo invitás. Obvio. Aunque el resentido de tu marido no lo quiera ver ni en figurita vos al tío lo invitás igual por el pibe y por la familia. La gorda en el fondo es conciliadora, es macanuda y quiere que su hijo vea al tío. El vínculo. Es lo que se usa, y ahí las diferencias entre los mayores quedan entre los mayores porque el chico no tiene la culpa. Bueno. Era sábado a la tarde cuando por Whatsapp mi cuñada me mandó que me esperaban a la nochecita. Así me puso. A la nochecita. Yo me bañé y me puse ropa limpia, me tomé el bondi y cuando bajé pensé. El regalo. No tenía nada para regalarle al pibe, ¿me seguís? ¿Qué le llevo ahora a mi único sobrino? Seis y media de la tarde. Di un par de vueltas por el barrio. Todo cerrado. Lo primero que me salió fue ir al quiosco y comprarle algo… ¿Un alfajor? ¿Qué mierda le iba a llevar al pibe de un quiosco o de un supermercado chino? ¿Un chupetín? ¿Un tupper con fiambre y una coca? No sabés la desesperación que me agarró, Chacho. Porque los que es yo no es que a Carlitos lo veía todos los días… Soy el tío, mi viejo. Y el tío Polito no va a caerte al cumpleaños del sobrino con las manos vacías. Bueno… hasta dije no voy. Cagate de risa. Prefería no ir antes que ir sin nada. Me senté en una plaza a dos cuadras a pensar. Ahí lo vi al viejo.
—¿A tu viejo?
—No, Chacho. En la plaza había un viejo con un poni, viste. De esos que van los pibes y les sacan fotos tipo selfie o algo. Un tipo de unos setenta con el poni adornado y que de paso vendía pochoclo y manzanas acarameladas. Y bien de bien el poni, eh, marroncito de ojazos negros y flequillo y una silla de montar de cuero con tachas grandes y metales bien pulidos… No, si era una cosa bárbara el animalito ese, y ahí pensé qué mejor que llevarle al pibe un poni de puta madre para el cumpleaños. ¿O no, Chacho? ¿O no? ¿Eh?
—¿Para qué, Polo? No entiendo… ¿Para que jugara un rato? ¿Y le dijiste al viejo?
—No, Chacho. Simple. Yo quería llevarle el poni, no al viejo. Se me ocurrió que le iba a regalar el poni a mi sobrino porque el tío Polito es el mejor tío del mundo. Qué carajos. ¿O no?
—Bueno…
—Bueno nada. Seguime. Fui al chino y compré una botella de caña. Viste. Hacía frío, un frío como hoy. Seis y media de la tarde. Frío de invierno. Como que se viene la noche. Yo tenía esta mochilita que ves ahora, que la llevo siempre porque es una cosa muy útil. Ves. Bueno. Guardo la botella de caña y voy y le empiezo a hablar al viejo, que ya estaba acomodando sus cosas para rajarse. Le digo del frío que hace, que la plaza está linda, que la arreglaron por fin estos inútiles del intendente por las elecciones… boludeces. Y cuando el viejo agarró confianza y se me puso a charlar, ahí nomás le dije de tomar un traguito de algo para la fresca. Me entendiste.
—¿Para que te preste el poni todo eso?
—Prestar. Alquilar. Regalar. Qué sé yo. La cosa era que tenía que irme con el animalito y sin el viejo, Chacho. Listo. No es muy difícil…
—Pero caerles con un poni es medio raro…
—Exacto. Pero hermoso. Yo ya me imaginaba la carita de mi sobrino al ver al poni. Porque decime si a un pibe de nueve años no le gustan los ponis, Chacho.
—Y no sé. Al mío a esa edad no sé…
—¡Mirá si no le van a gustar…! Oíme. Hablando de gustar. Resulta que al viejo le gustaba la caña. Ahí nomás saqué la botella y tomé un traguito y se la pasé. El viejo le dio un besazo largo y enseguidita vi que le brillaron los ojitos. Pensé esta es la que vale. Por ahí creyó que yo me iba a ir, pero le seguí la charla. No sabés. El viejo me contó la vida, mirá. Así todo rasposo como estaba parece que se las traía. Me contó que había sido milico. No sé en qué rango del ejército anduvo el viejo cuando no era viejo. Después parece que lo rajaron por alguna cosa turbia que no dijo bien y que después se metió de taxista y ahí la cagó con la familia. Un titán el viejo. No sé cuántas minas tuvo con lo del taxi. Viste que cuando empezás con la bebida se te suelta la lengua. Encima yo apenas me mojaba los labios, eh, me hacía el que tomaba empinando la botella, pero no. En una me dice que lo más importante es la familia. Viste. Es como yo te acabo de decir. Vos podés dedicarte al trabajo, a la farra, a las minas, qué sé yo… o sencillamente a la guita, ponele. Pero cuando llegás a tu casa te das cuenta de que lo único que realmente te hace bien es la familia, los que están con vos porque te conocen y te quieren como sos. Es como que hay una edad cuando te das cuenta o cuando te ponés las pilas o te pasa una desgracia. A todo esto, ¡cómo iba yo a caer en el cumpleaños de mi sobrino sin regalo, Chacho! ¿Se entiende lo que digo?
—Sí. Sí. Querías ser aceptado por tu familia… Yo a veces pienso que tengo suerte de tener a los míos…
—¡No es lo mismo, Chacho! ¡Vos los ves todos los días, querido! A ver. Pero mejor dejá que termine de contarte. El viejo todo así ya en pedo y melancólico me tiró eso que se dice una epifanía. No sé. Ahí supe que tenía que irme sí o sí con el poni. Y encima ya estaba oscuro. Entonces se paró como para irse y vi que medio tambaleó. Me hice el preocupado y lo senté. Cuando lo siento yo me le siento al lado en el banco. Le digo que es un buen hombre, que sé reconocer a la gente por su bondad cuando hablo. Una lata. Me entendiste. El viejo sigue con la melancolía, me dice que la mujer murió casada con otro y llena de guita y que él no tiene un mango, que los hijos están muy lejos y no los ve nunca. Imaginate, Chacho, cómo me iba poniendo yo mientras se me venía la noche y en la plaza no quedaba ya ni el loro.
—Pero no entiendo qué querías hacer, Polo.
—¡Irme con el poni al cumpleaños de mi sobrino, Chacho! ¿Qué parte no entendés? ¿Te hago un dibujo? No. Mirá…
—¿Robarte el poni era la idea?
—¡Eh! Pará un poco, flaco. Te dije. Prestar, alquilar, regalar… ponele que me lo encontré… ¿qué diferencia hay, si total el viejo en su estado no podía hacerse cargo del bichito ese?
—¡Cómo que no podía hacerse cargo, Polo!
—Y no, che. En una le digo mire, duérmase un poco que yo le cuido el poni. El viejo me dice que no me haga drama, que me vaya a hacer mis cosas, que no hay problema porque en la plaza todos lo conocen y que se va a recostar un poquito y que después se vuelve a la casa, que la pasó muy bien charlando conmigo. ¡Siendo que ni los perros estaban en la plaza! Y planchó bien nomás el viejo. Ves. Ponele que yo no me llevé el poni. Ponele que yo me fui y que después vinieron unos ladrones y se lo llevaron, o que se aburrió de ver dormir al viejo y se fue solito y triste al galope…
—O sea que te afanaste el poni.
—Y dale, Chacho. Afanar, encontrar, tomar prestado…
—Jodeme que te afanaste el poni.
—Y vos cuando apagás un incendio rompés una ventana, Chacho… cuando manejás a los gomazos el camión de bomberos no respetás la velocidad máxima y te pasás los semáforos en rojo y hacés ruidos horribles con esa sirena que capaz que matás a una vieja del susto… Vamos, no te hagas…
—No tiene nada que ver…
—Sí. Tiene muchísimo que ver. Hay cosas que tenés que hacer porque hay que hacerlas. Romper una ventana, pasar en rojo… Vamos. Dejé al viejo dormido y me fui con el poni. No sabés… La carita de mi sobrino, Chacho, no te la puedo describir con palabras. Si todo el mundo supiera lo fácil que es hacer felices a los chicos… Mirá. Llego a lo de mi hermano. Toco el portero eléctrico y por suerte me atiende mi cuñada, porque si es el cagueta del marido capaz que me deja plantado ahí fuera con el poni. ¡Hola! ¡Que salga el cumpleañero que llegó el tío Polito! Como que le grité, viste, de la emoción. De la emoción y, ahora creo yo, un poco por la caña, sabés, que en el operativo algo tuve que consumir yo también…
—¿Viven en un edificio? ¿Entra el poni en el ascensor?
—¿Ves que sos un boludo? No, Chacho. Edificio sí, en planta baja viven. A veces creo que pensás que yo no pienso. Planta baja D, pasillo al fondo. Una gilada. Bueno. Decía. Lo veo venir corriendo a Carlitos y llega hasta la puerta de vidrio y entonces yo tiro de la rienda y le pongo el poni cara a cara mientras veo que la madre viene rezagada con las llaves en la mano. La naricita del pibe aplastada contra el vidrio a centímetros del poni no me la olvido más, Chacho. No sabés la cara. La cara de felicidad del mocoso. Ni con todo el oro del mundo podés pagar eso. Vos lo sabés porque tenés hijos. Y si no lo sabés, no sé, creo que te estás perdiendo de algo muy importante.
—¿Entraron el poni al departamento?
—Dejame hablar, Chacho. No seas maleducado. No. Mirá. Sale el pibe y me abraza y me besa y enseguida abraza al poni como si fuera su mascota de toda la vida. Una hermosura, un cuadro de exposición. Pero ahí nomás le vi la cara de culo a la madre. Yo no sé. Y eso que viste que me invitó ella al cumpleaños.
—Me imagino…
—¿Qué te imaginás? ¿Nomás llego y empezamos así? ¿No era que me decías hola y me hacías pasar a tomar algo y comer un sanguchito? La cosa que el pibe salió corriendo para adentro a llamar a los amiguitos. Yo ahí me sentí el rey de Inglaterra, ponele. Me sentí Messi, mirá, qué sé yo lo que me sentí en el momento de captar la felicidad de mi único sobrino cuando llamó a sus amigos para que vieran el regalo de su tío Polito. Claro que mi cuñada empezó a preguntar boludeces. Que de dónde saqué yo el caballo. Que qué se suponía que había que hacer ahora con el caballo ese. Le dije que era un poni, que no era un cachorro de caballo ni mucho menos. Es un poni, gorda. Dale, no seas ortiba. Hasta le dije que si tenía lechuga o unas manzanas porque el bicho debía tener hambre porque venía de trabajar… ¿Podés creer que no me dejó entrarlo la desalmada? Me paró en seco cuando quise pasar por la puerta con el poni. Algo de no creer, Chacho. Te lo juro.
—Y… no sé… Pero te creo, Polo. Te creo.
—Cómo que no sé. Un poni es como un perro grande y vegetariano, Chacho. Hay gente que tiene esos perros lanudos gigantes en departamentos, viste, que después vas por la calle y el animal caga y el dueño tiene que levantar la mierda con las manos con una bolsa, una mierda que por tamaño parece salida del culo gordo de un político. No jodamos… Y estábamos en eso discutiendo cuando aparecieron los pibes. No sabés. Lo ayudé a Carlitos a montar y uno le sacaba fotos con el celular. Parecía Napoleón el sobrino. Todos jugando ahí en la vereda porque la turra de mi cuñada no nos hizo entrar, y eso que ya eran las nueve de la noche y hacía frío. Se turnaban para sacarse la selfie con los ojazos del poni. Lo acariciaban… En eso aparece el resentido de mi hermano a decir que yo siempre igual. ¿La podés creer, Chacho? Ni hola me dijo. Me hablaba bajito para que no escuchara el pibe. Me dijo llevate eso de acá ya mismo. Entonces yo, que por cómo venía la cosa ya daba por ganada la batalla, le digo que bueno, que ahora esperá que jueguen un rato los pibes y me voy, que si querés sacá la torta a la vereda y apagamos las velitas, que la fiesta es donde está el tío Polito y no el alcahuetón del hermano. Eso le dije. Y entonces veo que empieza a haber algo de tumulto en la vereda. Los vecinos, viste, o chismosos que no tienen nada que hacer y se meten en las cosas de los demás. Por ahí apareció mi viejo en su silla de ruedas para, creo yo, constatar las noticias que le llegaban de afuera y de paso tranquilizar un poco los ánimos. La cara de culo de la intensa de mi cuñada no se podía creer pero, eso sí, se mantenía calladita, por suerte. Y bueno. Como no podía ser de otra manera, justito apareció un patrullero. Yo de todo esto culpo un poco a mi cuñada, porque si me hace pasar con el regalo de cumpleaños como hacen todas las madres cuando sus hijos cumplen años capaz que todo quedaba en familia, todos contentos. Pero no. Qué se le va a hacer, Chacho.
—¿Y qué pasó con la policía?
—Como lo oís, Chacho. Dos uniformados bajaron y empezaron con las preguntitas. Viste. Que por qué el disturbio, que de quién es el animal, que los papeles… En fin. Les tuve que decir que me lo encontré en la calle. Vamos, qué otra cosa podía hacer. Me dijeron que tenía que ir a formalizar una denuncia y que bla bla. Encima no me podía quedar al poni pero tampoco se lo podían llevar porque eso era un asunto de los del área zoo no sé cuánto.
—Zoonosis.
—Sí, bueno. Al final nos quedamos en la calle mi viejo, el poni, los polis y yo esperando a esos de la zoonosis no sé qué, que vinieron en un camioncito y cargaron el bicho. Después me llevaron a la comisaría y dale que dale con las preguntitas odiosas. A todo esto, seguro que el pobre Carlitos se quedó angustiado y tuvo que fumarse a los padres con cara de ojete hablando pestes de su tío. Un horror, Chacho. Qué querés que te diga.
—Mirá, Polo. No sé qué onda todo esto. Pero fijate que es probable que no tuvieran lugar en la casa para un poni, ¿no cierto?… ¿Qué onda tu sobrino? Yo creo que a esta altura ya se les habrá pasado la mufa. Hay maneras y maneras de acercarse a la familia de uno, ¿no?
—Facebook.
—¿Facebook? No uso eso, che.
—Yo tampoco. Bueno. Casi. No sabés. Resulta que esta mañana abrí el Facebook y me salió que hoy es el cumpleaños de mi sobrino.
—¿Carlitos?
—Quién otro. Mi único sobrino, Chacho. Media pila. Y ahí es donde vos me tenés que salvar la vida.
—¿Y no te invitaron?
—No entendés nada. Qué me van a invitar si no me hablaron más…
—No. Y tampoco entiendo cómo es que te tengo que salvar la vida, Polo. Mirá. Creo que me voy a dormir la siesta mejor…
—Decime dónde consigo un regalo hoy domingo, querido.
—Pero si no te invitaron…
—Invitar, lo que se dice invitar, no. Pero ponele que el tío Polito se acordó del cumpleaños del sobrino del alma y puede ir a saludar y dejarle un regalo al pibe. Un momento entre tío y sobrino.
—No te entiendo, Polo.
—Vos sos bombero, Chacho querido. Tenés lo que se llama vocación de servicio. Valorás a la gente, sobre todo a la familia, tenés mujer y pibes. Decime qué mejor regalo de cumpleaños para un pibe de 9, 10 años, que llevarlo a pasear en autobomba con los amiguitos.
—Jodeme…
—Nada. Dejame que te diga. Hoy es un día frío, cielo limpio, domingo además… ¿A quién se le prende fuego la casa un domingo como este a la tardecita? A nadie, Chacho. ¿Tenés que ir a bajar un gato de un árbol, esa boludez? Ni eso. ¿Entonces? Sacás el camión de canuto, les decís a un par de amigos que se pongan el traje y nos vamos a lo de mi hermano y le damos una sorpresa al pibe… Llevamos unos sánguches y globos. Sacamos la manguera y tiramos un poco de agua en las vías del tren, ponele, y todos contentos. ¿Eh? No me digas que no soy un tío de puta madre, Chachito. Pensalo. Tenemos tiempo.
—Me estás jodiendo, ¿no cierto?
—Cómo que te estoy jodiendo… No te cuesta nada contribuir en la felicidad del pibe, dale. Te pago la nafta si querés. Ya me imagino la cara de Carlitos en la autobomba con la sirena a todo trapo. Un par de vueltas a la manzana, Chacho. Pensalo.
—No, Polo. No es joda eso…
—¡Pero dale, Chacho! ¡Qué te cuesta! ¿Tengo que prender un fuego en la puerta de la casa del resentido de mi hermano? Mirá que te prendo un fuego, eh. Porque yo por la familia te prendo un fuego, Chacho.
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