Eran esas cosas las que le devolvían la esperanza y la alegría. Las consignas en las murallas y los globos sobre las cabezas de la gente en las marchas.

Ya estaba anciana, pero decidió bajar un pie de la vereda para acercarse a los lienzos que parecían a la distancia animales de un zoológico, queriendo tocarlos, sentirlos y ver de más cerca como avanzaban serpenteando entre el viento y las manos que los llevaban.

Sacó sus anteojos para ver mejor y al siguiente paso se vio rodeada de gente que le ayudaba a caminar producto de las muletas que sostenían sus brazos.

No demoró en ponerse a llorar, tampoco en agradecer el acto. Caminó un par de cuadras de aquella Alameda y llegó a su casa a verse en la tele.

Según ella, la alegría había llegado.