El miedo provocó que no se hablara del suceso , salvo en la intimidad familiar; pero todos los habitantes del pequeño pueblo sureño conocieron los abominables hechos sucedidos en los feroces años de la Guerra civil española: un grupo de falangistas del lugar, so pretexto de hacer pesquisas, convocaron a unas mujeres al Ayuntamiento del pueblo, donde las violaron y humillaron. Con ello , dieron rienda suelta a su primaria brutalidad, a la par que pretendían burlar a sus maridos, del otro bando.
Se veían vencedores de una guerra fratricida , que estaba rondando el final. Fue un gesto de prepotencia cruel.
Tras la Dictadura, en los primeros años de la Democracia, el Comisario Flores volvió al pueblo tras jubilarse como policía. Quería asentarse en el pueblo que lo vio nacer.
Fue Antonio, hijo de Rosa la panadera, una de las ultrajadas, quien , al enterarse de la nueva , se dirigió a casa del alcalde.
_ Dígale de mi parte a ese cabrón, hijo de la gran puta, que aquí no se le quiere. Aquí, quien más quien menos , todos cazamos. Y es fácil errar un tiro. Dígale de mi parte. De parte del hijo de Rosa, la panadera.Fijo entenderá.
Lo cierto es que , tras la conversación , nunca más se supo en el pueblo del Comisario Flores.
Eso sí, la vieja historia de la guerra resuena contada por los mayores al amor de la lumbre .
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