Con el mismo desatino de siempre,
con los mismos errores, las mismas fallas,
con los mismos adjetivos rebuscados,
la poesía nace desde quien sabe
que lugar inimaginado en mi interior,
brota irreverente por mis manos,
desangrando mis arterias,
electrizando mis dedos.
Me atrapa en sus giros erráticos,
me duele dentro, como una llaga abierta
hasta que la escupo con bronca
sobre el indefenso y estático teclado.
Me ruge esa tempestad que me inclina el cuerpo
que me doblega el conocimiento,
hasta esclavizarlo,
como un grito silenciado,
o una llamarada no autorizada por eruditos,
maestros de elegantes letras.
Me supera con creces,
este oleaje imprevisto que me arrebata,
ahogándome con un verso no parido.
Pero tan intenso...
¡Tan intenso!
que me asusta cuando se materializa irrespetuoso,
con cuerpo propio,
separado de mi esencia.
Entonces siento que esa preñez
que me acongoja sin piedades,
esa agonía por vomitar, parir, sangrar,
morir quizás, en el intento,
necesita este dique partiéndose,
esta marea que rompe contra las aristas
de mis desvaríos de insípida poeta,
y este interior mío
que aún no entiendo.
Que aún no entiendo.
María Magdalena Gabetta
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