Era un día caluroso de verano, tedioso, en medio de las monótonas compras del supermercado, cuando al levantar la vista mis ojos se encontraron con los ojos de Esperanza, nuestras miradas se cruzaron en una ola de comprensión, de ternura, de cariño. La tomé, la abrazé y sentí que a partir de este encuentro mi vida cambiaría; había encontrado la herramienta metodológica para enseñar en forma tangible la lateralidad a mis niños en el liceo.
Llegó Marzo y en compañía de Esperanza fuí ingresando a cada curso asignado por mis superiores. Saludé a los niños, les dí la bienvenida y luego les presenté a Esperanza, indicándoles que ella nos acompañaría siempre en nuestras clases, que le pidieran ayuda cuando lo necesitaran, que ella les iba a mostrar el camino hacia la derecha o hacia la izquierda, tema que siempre los complicó.
Lo inesperado fué que Esperanza no sólo ha sido una herramienta metodológica, sino que se transformó en un nexo de amor entre ellos y yo, que es la compañera del niño que se siente solitario, que se estableció un lazo afectivo entre los niños y ella, a tal extremo que si por alguna razón queda rezagada en mi oficina, los niños me lo advierten y hay que ir en su búsqueda.
Mas inesperado aún, ha sido la trascendencia hacia mis colegas, que al verme pasar preguntan: ¿Quien es la Esperanza? ¿Porque los niños hablan tanto de ella?
Esperanza es una tortuga de peluche que llegó para ser una herramienta metodológica que permitiría explicar la lateralidad y se convirtió en un símbolo de amor, de ternura, de cariño y de compañía; pero lo más importante es que este simple peluche ha sido la conexión profesora - amor - niños.
Gracias Esperanza, la tortuga de peluche.