Cuando llegaban a la "s" ya me había entrado a mí sueño.
- Sánchez Sánchez, Francisco- decía la "seño".
- Presente.
Y ahí terminaba el listado.
- Abrir el libro de "cosmos" por la página quince. Hoy vamos a hablar de la corteza terrestre- continuaba. A ver, Francisco, a qué te suena a ti lo de la corteza terrestre.
Las cortezas de las que uno entendía eran las de "gorrino", pero no era tan ingenio para suponer que estaban hablando de "tocinillo". Completaba el silogismo y llegaba a la conclusión de que se refería a la parte exterior de la tierra. Y así se lo hacía saber a la maestra, por mucho que me apetecieran en aquel momento unos torreznos, antes que cualquier otra cosa.
Pero en lo que uno destacaba verdaderamente era en encender la estufa.Tanto, que era el encargado general de hacerlo. Desde siempre ha sido uno especialista en fuegos. Con decir que soy bombero, baste.
Con un trapejo, un encendedor, hojas de periódico y virutas de las que se quedaban en el suelo de la leñera, hacía unos fuegos rápidos y eficaces. Me lo había enseñado mi abuelo. Creo que fue lo único que me pudo enseñar el hombre, condenado a un perpetuo mutismo. Desde el fin de la guerra había dejado de hablar, y como él decía, para andarse con sandeces, mejor está uno callado. Nos enseñaba cosas prácticas, quizá con la esperanza que nos afluyeran sus pensamientos por el éter. Y, efectivamente, así fueron viniendo.
Por lo que uno tuvo dos escuelas: la del éter y la otra. Gracias a una y otra, hoy me hago una idea bastante fidedigna de cómo funciona el mundo.
Entretanto, apago fuegos, rescato gatos y entro en pisos por la ventana de olvidadizos de llaves. Cobrando una tasa. A tal efecto hay que saber de cuentas, de estructuras de la materia y de gatos ariscos.
Cuando nos nombran a revista y dicen aquéllo de Sánchez Sánchez, Francisco, no puedo evitar retrotraerme a aquellos tiempos lejanos en los que había que figurarse las cosas en base a otras tan elementales como lo de los "tocinillos".
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