Atrás quedaron los tiempos en que aprovechaba el tirar la basura para hacer sus correrías nocturnas. La noche y sus sombras daban para ello.
Se vislumbraba una ragazza- como dicen en Italia, para referirse a una tía buena, una chica joven y apetecible-, con su silueta inequívocamente curvada de mujer, a cierta distancia. Aquella indicación era inequívocamente una invitación para entrar en su morada. Y efectivamente, cuando llegó a la altura de su puerta, vio que ésta estaba medio abierta, entornada. La empujó sigiloso y se coló en el oscuro zaguán, medio a tientas. Finalmente traspasó una puerta abierta de cristal al final del largo pasillo, adentrándose en lo que debía ser la sala principal de la casa- igualmente oscura.
De repente dieron la luz. Él en medio de la estancia. Unos diez individuos caucásicos varones le aguardaban con mazas. No hizo falta usarlas. Empezaron a descojonarse de la risa; pero él, en lugar de unirse al coro, salió corriendo a su casa.
Allí le aguardaba su mujer. Otra ragazza. Desde entonces le trae malos recuerdos el camión de la basura.