Pocas veces dos hermanas han tenido tan poco en común como Alexia y Natasha Lafourcade. Donde Alexia era extrovertida, voluble y seductora, Natasha hacía un esfuerzo sobrehumano por mirar a un hombre a los ojos, muchas veces renunciando a medio camino. Alexia estaba orgullosa de su cuerpo y de su sonrisa brillante, Natasha llevaba jerseys al cuello y faldas largas, podía haber vivido con los Amish y no hubiese echado muchas cosas de menos. Y sin embargo, algunos de los más atractivos y seductores festejantes de Alexia se sintieron tentados en más de una ocasión por intentar quebrar el muro de hielo tras el que se escondía Natasha.
Una mañana de casi verano, Alexia se coló en la habitación de su hermana, abrió las pesadas cortinas de los ventanales y deambuló alrededor de la cama de Natasha, mientras la luz y los ruidos de la calle la despertaban.
"Podrías cubrirte", dijo Natasha a su hermana entreabriendo un ojo y acostumbrándose con esfuerzo a la luz. Alexia no le contestó. En cambio la miró y le dijo "le gustas a Steve, monjita. No me imagino qué tipo de perversión le ha hecho fijarse en ti, pero puedes llevártelo por un tiempo." "En unos meses se cansará de tus virtudes y vendrá a por mis vicios, mientras tanto yo tengo otros temas de los que ocuparme." Alexia hablaba y Natasha la miraba caminar para un lado y para el otro de la cama, su bata abierta enseñando sus grandes pechos, sus bragas siempre perfectas, siempre brillantes, siempre minúsculas. Natasha rió pensando cuántas podrían hacerse con la tela de una de las suyas... dos? tres?
Salió con Steve tres veces, una al cine y dos a la confitería del Centro que ponen música de los 90, antes de llegar a enseñarle, llena de dudas remordimientos y autoreproches, el camino de su dormitorio. Movió entonces todas las pesadas cortinas de los ventanales para asegurarse que no se colaba la luz de la noche, ni siquiera la de la pálida luna indiferente, a lo lejos. Se besaron dos o tres veces, Natasha en alguno de ellos intentó basarse en los movimientos de Alexia, Alexia tan reacia a cerrar la puerta, Alexia amante docente, indecente.
Se besaron y se metieron en la cama, ella sólo con su ropa interior, Steve con la camisa medio abierta que no había llegado a quitarse.
No iba ella mal y Steve tampoco parecía un experto así que hubo sonrisas y nervios cuando las bocas se cruzaban torpes y la sincronía no terminaba de arrancar.
Se sintió penetrada con cautela y atención, se dejó hacer y prefirió no preguntar, no aclarar, no oscurecer.
Creyó tener un orgasmo o casi, no estaba del todo segura, pero se sentía feliz, más completa, como si la presencia de Steve le hubiese enseñado otra parte de si misma.
A pesar de las cortinas, Steve la había ayudado a iluminar algunas zonas que durante demasiado tiempo habían permanecido a oscuras.. Se relajaron. Acostados mirando el techo, Natasha dejó que el sueño entrase lentamente en el cuerpo en que un rato antes había entrado Steve, y se apoderara de ella.
Se durmió con la mano de Steve en la suya, como si no quisiese que nada cambie mientras la conciencia se toma un respiro, y las cosas deberían estar todas en su sitio al despertar.
Tuvo un sueño de colores: Alexia sonreía en el caballito del Carrousel que ella, más pequeña no se animaba a montar. Alexia disfrutaba, cabello al viento y la música del Carrousel parecía la de un organillo operado por un ciego en una feria de pueblo, un ciego girando una manivela y un pequeño mono saltando alrededor divirtiendo a los niños menos a Natasha, la pequeña Natasha a la que el mono inquietaba y asustaba a partes iguales. Alexia reía, Alexia gritaba, Alexia pedía que la fotografiaran con los cabellos al viento.
La música del organillo iba in crescendo, aunque el ciego movía la manivela con el mismo ritmo, automatizado, sin prestar atención al resultado de sus acciones.
El suelo giraba con el Carrousel, al compás de la música. Ya no se sintió segura, hizo una mueca intentando despertar, buscó la mano de Steve y volvió a apretarla, la encontró sudada pero accesible y se quedó con ella.
Abrió un ojo y lo volvió a cerrar. Ahí estaba Alexia, las ventanas abiertas, el cabello al viento, los pechos bamboleantes, cabalgando a Steve, el mismo Steve que ella había estado apenas conociendo, ahora absorbido, aspirado por la vulva de una Alexia que reía y cabalgaba, cabalgaba y reía. Natasha cerró los ojos y apretó la mano de Steve. Después de treinta segundos que parecieron horas, el ciego alimentando el frenético organillo, el mono saltando por los hombros de los espectadores, Alexia y Steve se vinieron primero arriba con gritos y gemidos y luego abajo, como dos trenes descarrilando de sus vías.
Alexia soltó una carcajada mientras se separaba de un Steve exhausto sobre la cama. Recogió su bata y sin mirar a Natasha, le lanzó "Siempre dejas las cosas sin terminar, hacías lo mismo con las natillas".
Natasha no contestó, soltó la mano sudada de Steve, miró con un ojo hacia el ventanal y calculó que ya debían ser cerca de las once de la mañana.
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