El vino, desde tiempos
memorablemente irrecuperables
se libaba en honor a los
dioses y las batallas.
Impoluto se esparcía sobre
los suelos
sagrados e imperiales.
La mujer, que forjo sus huellas
mágicas sobre la tierra por orden divina;
su existencia se derramaba a través
de la pasión, en honor a la tierra,
a la vida, rodeando con las máscaras
ardientes de los siglos, los escalones
románticos del yo incorruptible en el
hombre, como “objeto” de su atención.
El vino que, reconocido por sus
rituales y misterios, conserva
su belleza deleitosa en los detalles
más simples.
Sus exigencias regionales le dan la
versatilidad que lo ha estigmatizado
en tantos paladares, se ha posado
entre recipientes estilizados y
delicados, que le han agregado esa
elegancia en el transcurrir de sus
mejores épocas.
La mujer, como un llamado natural a
la felicidad, cuyas huellas deformaron
su propia realidad; A gravado en la
memoria torrencial de su piel
las marcas que tallaron la silueta de
amor, y el tesón de su vivir…
Maravillando al mundo en cáscaras
mulatas, sedas albinas y ébanos
nocturnos…
El vino, en su obediencia aromática
proporciona las imágenes
más bellas y el obsesivo impulso de
olvidar el mundo cuando se le mira,
como el más avaro, cuyos ojos se
desorbitan al ver la joya.
Y en su ondeante palpitar es el más
bello espejo de sonrisas…
Se aloja galante, en las extremas
partituras del sabor,
comprimiendo ansiosas emociones,
ad portas de un exotismo universal.
La mujer, como un péndulo
fraguado de olores prístinos,
se adueña inexpugnable, de
su abúlico entorno que,
soberbio y obtuso la aclama
con la más antigua de sus prácticas,
la guerra.
Sus frágiles zafiros que enriquecen el
rostro, son la fuerte convicción de
nuestra necesidad.
Bendecida con particularidades inefables,
se ha convertido en la derrota o
la victoria de eventos sin par. Y,
por si fuera poco, con sus jugos
más sensuales, logro crear el más
insigne de los impulsos,
el deseo.
El primer rayo de luz que se filtra por
la ventana, despierta mi corazón
que se agita, y con razón.
Después de haber sido “objeto” de un
sueño maravillosamente impulsivo
y ansioso.
Amanecer solo no es que sea malo,
lo malo es extrañar a solas.
Se ha ido, no sé a dónde, no sé porque,
no sé.
Me siento, y una copa, no mejor que
sea un vaso, parece más real.
Aún queda un trago de vino en su interior;
lo tomo con lentitud, lo ondeo,
no sé por qué, pero me causa gracia.
Lo llevo a mi boca, pero me detengo
para percibir su olor y cierro los ojos,
entonces me viene a la mente el prado
que yace fuera y ella desnuda mezclando
su aroma corpóreo con la hierba, ¡ya!
Levanto mis parpados y me acabo el
trago de un sorbo.
No podría decir que saben igual,
estaría mintiendo, pero ¡vaya!
Sí que embriagan.
A todas estas, creo yo que, el vino
y la mujer son un buen complemento,
sin embargo, jamás podrá el primero
generar tanto placer como ella…
Saboreo el vino, mientras acaricio
la ausencia de aquella que se fue,
que ha marcado la historia, mi historia,
con algo tan simple, como
el tacto.
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