Se puede correr sin parar mientras uno se va abriendo el pecho con un cuchillo de filo moderado. Las vísceras van salpicando y quedando en el camino. Si algún perro sale a ladrar hay que seguir con más fuerza; y si los dientes se incrustan en el tobillo, no abandonar. Agachando la cabeza y concentrando la fuerza en las piernas quedará el animal en el camino y a lo sumo dará dos o tres tumbos. Si llueve, el agua va a limpiar las heridas y las manchas de sangre. También se podría decir que aliviará mínimamente el ardor.
Cuando haya viento a favor, se podrá recuperar el aliento que nos permitirá gritar con los ojos cerrados, hasta sentir que se desgarra la garganta. En la noche, los pensamientos son más peligrosos que el camino sin luz. Para el viento en contra, con el mismo cuchillo, cortarse las orejas puede ayudar a no perder velocidad; y será (tal vez) de gran ayuda llevar adelante la misma práctica que para el ataque de los perros.
Al llegar, después de perder la cuenta de los kilómetros (¿mil?), cuando haya llegado desecho, casi no me reconocerás.
El extraño que apoya su mano en tu hombro me ofrecerá agua por compasión. Asintiendo sin agradecer ,y después de unos seis segundos de mirada errante, me iré a pensar mi próximo destino en un banco de Parque Lezama.
Y así, hasta que no tenga nada más para cortar…