Hace frio, es usual en este lado
del mundo, diecinueve
grados tal vez,
soplan ya los vientos alisios con
su húmeda precipitación;
sin embargo,
se labra la tierra con amor
pese a las dificultades,
se alimenta al ganado,
sustento inexorable de la gente.
de pronto, alguien se escurre
entre la multitud
buscando que comer,
el rand aun esta como
a un dólar, creo yo,
pero sus bolsillos
íngrimos de soledad la empujan
a la necesidad así que
sube a la plaza a echar un vistazo,
quizá tenga la oportunidad de
conseguir algo y, adentrándose
al mercado empuña
algo en su mano izquierda,
de pronto, gritos, mandobles
y saltos;
con su boca abotagada se
escabulle a través de los
árboles que dan
hacia el océano
mientras trata
de esconderse – me hubiera
dedicado al ramoneo o algo así-
piensa.
Corre sin reparo,
¡deténgase, randa!
- Le avisan- y un sablazo
en su costado
la detiene abruptamente,
¡Levántenlo! Pero el hombre
se da cuenta de su
error cuando ve unos tiernos y
hambrientos ojos, cabello rubio y
piel tersa; su sudor era tan solo un
adorno divino sobre esta.
¡Requísenla! contra su voluntad,
tomaron sus brazos a la fuerza,
rasgaron sus ropas y le quitaron
lo que había robado, en su mano
izquierda llevaba un pequeño
ramplón, y el sujeto en su
mano empuñaba
su pistolón.
La miro a los ojos, miro a sus
compañeros, apretó con
fuerza el tacón, golpeando
bárbaramente el cráneo
de la chica;
esta se desplomo lánguida
y pálida, vertiendo sus lágrimas
en la espesa sangre
a la marcha del verdugo.
Contemplo con nostalgia el valle
vidrioso de imponentes cortezas,
sonrió y una expresión de paz total,
fue la estación propicia para que,
rapa por rapa, se cubriera
el lecho de su muerte,
rodeado por un viento de
cenizas coloridas.
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