Se llamaba Luis y le gustaba la poesía. De niño, en un libro de poemas olvidado por alguien, bebió rimas y palabras extrañas, desconocidas, que le dejaron marcada el alma y el corazón. Tenía un defecto (esto habría que cuestionarlo) que era motivo para que todos se burlaran de él o lo miraran como a un bicho raro: al hablar, su voz, podía adquirir tonalidades inusitadas: sonar como un ríspido graznido o adquirir la agudeza de la de una mujer. Ser tan grave como la de un hombre mayor o cascada como la de un viejo. Lo grave del asunto es que no podía hacerlo a voluntad, las diferentes tonalidades se manifestaban a su antojo. No faltó algún acomedido que lo bautizara con un mote, y así se le fueron quedando varios: Muchilingüe, Lengua larga, “Ventríloco”, Muchas voces, Todo en uno. A Luis le mortificaban todos los apodos; pero tuvo que acostumbrarse porque tampoco era razón suficiente para andarse rompiendo la nariz, con cada malandrín al que se le ocurriera llamarlo de cualquier manera. Estudió la universidad y se recibió de abogado; sin embargo, lo suyo siempre fue la poesía. Publicó algunos poemas en los periódicos escolares y muy pronto editó su primer poemario. Su voz, era su único dolor interno, así que para evitar en lo posible las burlas y las preguntas, se volvió callado y rehuía las fiestas y las reuniones numerosas. Aún así tenía un par de amigos sinceros, a los que no les importaba ni poco ni mucho su manera de hablar. Consultó a muchos médicos y se hizo infinidad de estudios para tratar de resolver su problema. Todos le decían lo mismo: usted está perfectamente sano y los resultados de los estudios no arrojan ninguna anormalidad. Un médico, fue un poco más allá y le dijo: “su voz, más que un defecto, parece un don, porque en su garganta existen los elementos necesarios para que pueda hablar como lo hace, aunque no logre usted controlarlo. Es como si su voz, fuera la de un pájaro cantor, un pájaro de mil voces”. Motivado por estos comentarios, escribió un libro completo de poemas con un tema recurrente, pero tomado desde diferentes puntos de vista. El resultado fue más que excelente. Al publicarlo, se convirtió en un éxito inmediato.
Luis sufría, conocía sus dotes de poeta, tenía amigos, sus libros se vendían bien. Lo que le faltaba, era el amor de una mujer bonita que lo amara así, con sus múltiples voces y todos sus defectos. No la había. Decidió viajar.
Como ave errante, visitó y vivió en muchos países, escribió poemas bellísimos y conoció a mucha gente; pero la mujer añorada nunca llegó. La soledad lo lastimaba profundamente. Tenía 39 años. Entonces la conoció. Era venezolana y se llamaba María de la Luz. Y no sólo se llamaba así, también la irradiaba; maestra de secundaria, a los treinta años era una mujer madura y bella, que por inverosímil que fuera, no se había casado, dedicada a su trabajo de enseñanza. La atracción fue mutua e instantánea y el idilio se resolvió en un noviazgo de tres meses y una boda. “¿No te avergüenza mi voz?”, le preguntaba él a veces. “No”, le respondía ella, “me gusta imaginar que ahí dentro, llevas atrapado un pájaro de mil voces, que te hace cantar y escribir todos esos poemas que escribes”.
Luis y María de la Luz, vivieron juntos más de cuarenta años, hasta que ella murió. Luis, triste, sólo y ya sin su Luz, se fue a vivir al campo en una cabaña solitaria, desde donde siguió escribiendo poemas que calentaban y encendían el corazón de mucha gente. Una mañana soleada de primavera, sintiéndose un poco enfermo y cansado, salió a dar una breve caminata por un bosquecillo cercano. Sentado a la sombra de un árbol, levantó los ojos al cielo y dejó escuchar su voz múltiple, ahora ya muy gastada.
-Ya soy viejo y estoy solo nuevamente. ¿Por qué sigo aquí, si ya nada espero ni nada puedo dar?
Quizás lo imaginó o fue él quien se contestó interiormente; pero la voz que escuchó dijo con claridad: “Has sufrido mucho, pero también has tenido la dicha del amor. Ha llegado el momento de que te conozcas realmente. Tú no eres un hombre. Eres un pájaro de mil voces, metido en el cuerpo de un hombre.
-¿Y por qué me has castigado de esa manera?
“¿Castigado?... María de la Luz y tu don de poeta no fueron castigos... Hoy quedarás libre, Luis”.
-¿De veras?...
Aquél fue un instante mágico. El cuerpo de Luis empezó a encogerse, a transformarse. Y un ave de níveo y brillante plumaje, emergió de lo que había sido un hombre durante muchos años. El ave, sorprendida, liberada, habló, graznó, rugió, cantó con sus mil voces y luego, emprendió un viaje sin retorno, hacia el cielo infinito.
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