El aire duele
tanto como agujas,
esas miradas hieren
como serpientes venenosas.
El sol no quiere
alumbrar sus rosas,
inclementes, perezosas,
floreciendo a la deriva.
El ruido es tal,
que se transforma en silencio,
me acostumbré a la oscuridad,
ahora veo sin esfuerzo.
Me acuesto a pensar
sobre el paso del tiempo,
sobre el bien y el mal,
y su paradójico complemento.
Me pregunto cuál es mi lugar
entre correcto e incorrecto.
Mi alma se tiñe de un gris,
ambiguo y sin dueño.
No pertenezco aquí,
ni tampoco soy de allá,
sólo estoy, nada más,
sólo voy, sin pensar.
No soy tuya
pero tampoco mía,
no tengo dirección,
ni siquiera un guía,
voy sola, sin rutina,
dee camino al fin
o al principio de la vida. |