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Inicio / Cuenteros Locales / La_columna / UNO-CUATRO-NUEVE-DOS... (Para la columna de los lunes) Por Romero, invitado especial de MCavalieri.

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Pido disculpas por la cantidad de palabras, asumo la responsabilidad.

Melina Cavalieri.



¿Por qué hacia el oeste y no hacia otro lado? Se omite en la historia, en la historia de los manuales de las escuelas, los manuales del adoctrinamiento chato, la significativa importancia, aunque indirecta, que tuvo Portugal en el descubrimiento del “nuevo mundo”. A la necesidad de cruzada y de desahogar las ambiciones culturales y espirituales, se suma que este país había logrado colocarse en una posición de privilegio en lo que a la historia de los grandes descubrimientos se refiere: una gran parte de África había sido levantada ya por los portugueses. En realidad, solo se conocían puntos estratégicos, como desembocaduras de cursos de agua y en lugares cercanos a la costa: Cabo Bojador en 1434, el Cabo Blanco en 1441, tres años más tarde el Cabo Verde, Cabo de Las Palmas entre 1460 y 1461, el Cabo Catalina, entre 1474 y 1475. Puntos estos que venían al pie del cañón para el comercio de esclavos, oro, marfil... y para estar más cerca de Etiopía, que eventualmente podría convertirse entre gallo y medianoche en un muy buen aliado contra el Satanás de turno: los turcos. El reconocimiento finalizó con Bartolomé Díaz, en 1488 en el Cabo de Buena Esperanza. Con esto, es indudable que para cuando Cristóbal Colón se dispuso a hacer la obra de Dios, la costa de África ya se conocía hasta el cansancio, gracias a Portugal. Y para esta heroica página de la historia, los portugueses se habían visto obligados a poner a punto una serie de cuestiones que con el tiempo, casi un siglo, ayudarían a nuestro buen amigo Cristo-ball a lanzarse a la cruzada hacia lo desconocido. Podríamos decir que la primera cuestión con la que tuvieron que arreglárselas los portugueses, responde a una necesidad técnico instrumental: con qué navegar. El medio del que disponían los ancestros de Eusebio, la carabela, sería, después de un lento proceso de transformación, que como siempre a lo largo de la historia, consistiría en apretar algunas tuercas acá y poner esto allá, pero que aquí pareciera ser más sustancial, la prioridad para que Cristóbal lograra quinientos años después tener su nombre en calles, plazas, teatros, hospitales, libros, y etcétera, etcétera, etcétera. El gran zarpazo lo daría la incorporación de algo tan sencillo hoy como inusual en aquellos tiempos: el timón de proa, que conferiría a las naves una mayor capacidad de maniobra. Este sistema, en naves grandes, parecía descabellado. Recordemos que tan solo se había logrado con éxito en una pequeña embarcación a remo, denominada galera, pero por sus reducidas dimensiones, como todos sabemos, no servía para un carajo. Entonces, traspasar el timón de una nave de mierda como la galera a una nave ejemplar como la carabela, mataba dos pájaros de un tiro: por un lado, que abultadas cargas de mercancías, amén de los miembros de la tripulación, no fuesen un dolor de cabeza a la hora de ser transportados; por otro, el tema de la maniobrabilidad que presentaban las prontamente obsoletas naves a velas, que manejarlas era un capricho, y pensar en el encuentro de dos mundos, con estas embarcaciones, habría sido una locura. En una de esas, Colón habría ido a parar al mar de los Sargazos, y hubiera tenido que pudrirse quieto y en silencio, hasta que lo fuera a encontrar alguna otra nave que anduviera de un lado al otro como zapallo en carro, y todo porque los portugueses no habían descubierto que se le podía poner timón a una nave mayor. A punto hubiéramos estado de perdernos las estampitas, los rosarios, las iglesias, las municipalidades, la gripe... Otra cuestión se revela si se sigue investigando todo esto de los instrumentos y las adaptaciones para la navegación: aparece la brújula como elemento indispensable. La cuestión es sencilla: de qué mierda me serviría una mayor capacidad de maniobra si no sé a dónde carajo voy. En realidad, la brújula, al igual que el timón, había hecho su aparición en escena con anterioridad, pero es solo en el siglo trece, en el año 1296 a través de una obra de navegación donde se explica el uso funcional de la aguja imantada con pelos y señales. Pero la brújula sola tampoco servía de mucho: es junto a todo un sistema de cartas de navegación, portolanos, que se puede obtener un rumbo.
Ahora bien, los portugueses no solo esto introdujeron en el mundo de la navegación, mundo que, al parecer, hasta entonces se componía de elementos inservibles para otra cosa que no fuera un paseo por la costa o para ir a parar al medio de la nada, sino que fueron los primeros, sin quererlo, aunque no por casualidad, en tener noticias del mar de los Sargazos antes que Colón, y de conocer las cercanías de las costas del todavía desconocido Brasil. Las cuestión es sencilla: cuando se usa una brújula, en la actualidad, se entiende que lo que la aguja imantada está señalando no es el “verdadero norte”, apropiadamente llamado norte geográfico, sino que lo que la aguja indica se denomina norte magnético, que no está necesariamente en la misma posición que el geográfico. A esa diferencia de posiciones, se la suele denominar declinación magnética, y es esta declinación la que hay que manejar a la perfección para leer correctamente una carta y sacar un determinado rumbo. Ahora bien, el tipo que se mando a escribir sobre como era que se usaba el aparatito y todo eso, un tal Petrus Peregrinus, obvió esta cuestión, ¿por qué?, lo más seguro es porque hasta aquel entonces la navegación se daba por lugares relativamente cercanos a las costas, y la declinación allí no causa mayores inconvenientes. Ahora bien, la cuestión pasa a ponerse espesa cuando en 1434 nuestros amigos los portugueses alcanzan Cabo Bojador. Al pasar el cabo, ya no era posible volver por la costa, debido al soplido de los alisios en contra, lo que volvía la vuelta prácticamente imposible. Por esa razón, la única manera que tenían para el regreso era alejarse de la costa mar adentro hasta donde soplaban los denominados vientos del oeste, más amistosos que lo alisios, y desde allí tomar el rumbo hasta los azores para luego enfilar hacia Europa. A fuerza de “romper” con las tradicionales rutas de navegación, los portugueses van adquiriendo conocimientos de lugares hasta entonces inexplorados. De aquí se desprenda quizá esa historia de que Colón creía férreamente en sus sueños y que estaba seguro que en el hemisferio austral la gente no vivía de cabeza y que por eso pudo poner en pie un huevo frente a la reina, esperando tan solo la oportunidad de realizar su tan anhelada empresa. Lo cierto es que Colón supo poner el ojo durante su paso por Lisboa, en las cuestiones de navegación que los portugueses ya comenzaban a manejar con cierta eficacia: la navegación portuguesa sigue surgiendo de estimaciones más que de certezas, pero a diferencia de los navegantes mediterráneos, las estimaciones portuguesas son más precisas. En efecto, Cristóbal era un ignorante, pero sabía observar las cuestiones más que nada prácticas, lo que lo dotó de una inefable experiencia. Jamás fue a la universidad. Allí hubiera aprendido a utilizar elementos de navegación y a manejar el tema de las latitudes y demás. Pero los conocimientos de las universidades, siempre está en discordancia con el tiempo actual. Para que un conocimiento que se está gestando hoy, con el fin de aportar una solución práctica a un problema, pase a formar parte de la doctrina de los claustros universitarios, debe pasar mucho tiempo. A Colón le sirvió más lo de navegar por instinto, por aproximación, lo de rodearse de gente de mar, lo del conocimiento boca a boca, la vida práctica de marino, su conocimiento de navegación mediante cartas, que había visto junto a su hermano en Lisboa. En la universidad hubiera aprendido cosas de otro tiempo, y no del suyo. Es más, muchos destacan que fue a raíz de sus “violaciones” a los cánones establecidos de su época, que entendió que un viaje hasta las indias no debía ser muy largo: en su cabeza: Cristóbal había armado una distribución del mundo que difería de la de Ptolomeo, que por aquel entonces era una eminencia en el mundo de la Geografía. Colón piensa que Asia está más cerca de Europa, y su mundo será un poco más reducido que el mundo colegido anteriormente por Ptolomeo. Esto no quiere decir que Colón era superior a Ptolomeo, pero en cuestiones prácticas, sus errores le sirvieron más para lanzarse a la comprobación de lo que según el cuento de los manuales, ya sabía. ¿Acaso es difícil pensar que Colón se dejó guiar por los avances que habían logrado los portugueses y decidió adelantarse a un posible descubrimiento? ¿Y si acaso ya se sabía de la existencia de tierras más allá de los rumbos conocidos hasta la época? Supongamos que la iglesia y la corona lo supieran ya, y que Colón fue tan solo un chivo expiatorio en un momento donde el gran salto era inminente por la problemática con los turcos y que los portugueses se habían adelantado con África. ¿Sería descabellado pensar en Colón como un medio y no como el reflejo de un fin que el espejo de la historia nos ha proporcionado? Lo cierto, o lo que parece ser cierto, es que para 1485 Colón ya estaba listo para lanzarse a la heroica aventura y es ese mismo año cuando le cae al rey de Portugal con el proyecto de llegar a las Indias Orientales navegando hacia occidente. El plan de Colón fue rechazado aduciendo razones de tono científico, aunque las razones debieron ser distintas: los portugueses estaban empeñados en la total ocupación de las costas africanas y encontrar desde allí el pasaje que los arrojara a las Indias Orientales, y no había necesidad de apurarse a poner en práctica un plan tan arriesgado como el de Colón. Ante esta negativa, Colón dijo, bien, me voy para Inglaterra con mi plan, y así fue que mandó a su hermano Bartolomé a presentarle la empresa al rey de Inglaterra. Pero las intenciones de crear celos en la corona portuguesa a partir de la oferta a los ingleses, se vio frustrada al no recibir Cristóbal una respuesta concreta. Todo lo contrario, la revisión del plan se vio un sin fin de veces postergada, con lo que Bartolomé le dijo acá no pasa nada. Pero Cristóbal, empecinado, dijo no importa, los ingleses son unos ignorantes, y junto todos los papeles y se fue para Francia para ofrecer sus servicios. Después de un nuevo fracaso con los franceses, Colón decide irse con todo a España, pero las cosas no van a ser tan fáciles, eso de entrar, parar un huevo, y que con una palmada en el hombro los reyes le digan, si, buen hombre, vaya y cuente con lo que sea necesario para su expedición que nosotros lo apoyaremos en cuanto haga falta. Lo primero que Colón se vio obligado a hacer, fue rodearse de gente que le abriera el camino para presentar su proyecto en la corte. Así, conoce a un franciscano, Antonio Marchena, un dominicano, Diego Deza, un banquero italiano establecido en Sevilla, Berardi, el legado del Papa, Alejandro Geraldini y un noble-armador, el duque de Medina Celi. Si bien estaba la tentativa de ganar el tramo de la carrera que había perdido en el Atlántico frente a los portugueses, España prefería consagrarse a la eliminación de los árabes en suelo propio, y Colón, con todo, debió esperar seis años para poder entrar en la corte a presentar su empresa. Durante este tiempo, volvería a probar suerte con los portugueses, pero justo llegó la noticia, en 1487, de que Díaz había llegado al cabo de Buena Esperanza. ¿Para qué mandarse al descubrimiento de las Indias Occidentales navegando por occidente, entonces? El pobre de Colón tuvo que seguir esperando. La cuestión del discurso que Cristóbal debía pronunciar frente a la corona, y esto también lo niega la historia, no radicaba en convencer a los reyes de que sí se podía navegar hacia occidente sin temor a que los barcos se cayeran del mundo más allá de la línea que une el cielo con el mar. Su discurso debía argumentar para qué demonios había que hacer semejante expedición, con qué propósito. Colón estuvo iluminado, y tocó dos temas claves: dinero, primero, y fe, después. La perorata de Colón giró en torno a que con las riquezas que se iban a poder afanar de las tierras nuevas, la corona podría solventar una eventual reconquista de Jerusalén. Así, el 27 de abril de 1492, se firma la sentencia entre los soberanos y el arrojado navegante, que incluía títulos y algunos derechos sobre las tierras descubiertas para Cristóbal.
A partir de este momento empieza una despiadada carrera para poner todo a punto: conseguir las embarcaciones sería lo primero. En esto iba a ayudar mucho el banquero italiano, menos que las credenciales otorgadas por los reyes a Colón, que obligaban a cualquiera darle al navegante lo que se le ocurriera fuera necesario para el viaje. En poco tiempo, Colón tiene en su poder dos carabelas, la Niña y la Pinta, y una nao, la Santa María, embarcación que Colón detestaba, pese a ser la nave capitana, y por cuyo naufragio se alegró el 24 de diciembre de 1492. Poner en carrera las tres embarcaciones requerirá poco más de un mes y medio, para luego empezar a reunir al equipo que haría historia dentro de la historia misma. La sarta de delincuentes que Colón logró reunir aceptaron luego de que la corona, a cambio de que se convirtieran en voluntarios para la expedición incierta, les otorgara inmunidad respecto de sus deudas con las justicias. Después de estar casi dos meses y medio arriba de un barco, sin otra cosa que la monotonía del océano y la no improbable compañía del alcohol, ¿qué es lo primero que se esperaría que un tipo de estos hiciera al encontrar todo un paraíso de bronceadas nativas a las que las inexistentes restricciones del pudor no obligaban a llevar prenda alguna encima? ¿Saludos e intercambio de chucherías de colores? Crecer y multiplicarse, fue lo primero que la tripulación debe haber hecho al pie de la letra. La obra de Dios, nuevamente, sobre todo. La peste del hombre enfermando al ser humano, iba a empezar fundida en el encuentro sexualmente enfermo de dos mundos. La primera gran violación de los países centrales sobre Latinoamérica estaba cumplida.

Texto agregado el 27-09-2004, y leído por 304 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
28-09-2004 Joé... el caso es que estoy de acuerdo; naturalmente las cosas son como son, no como nos las cuentan. Saludos. nomecreona
28-09-2004 Sin dudas algunas¡¡¡ Mis 5*. Un beso monilili
28-09-2004 Rayosss!!!, Me ha gustado más que los veinte minutos inciales del Negro Dolina, y eso ya es muchísimo decir. Está excedida en palabras, tanto como en talento, debería Ud dedicarse, (además de a la literatura) a la docencia,( escuela secundaria me refiero), debe ser un placer tener un profe capaz de comunicar un tema asi. Gracias por el convite Meli! Le aclaro que los del deportivo están que braman, pero de cualquier modo querian poner una nota de color sobre el piquete en el Puente Pueyrredón...Gracias por compartirla hache
 
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