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Cada beso era para nosotros el último. Disfrutábamos. Recogíamos las prendas tiradas sobre la pelusa de la alfombra del motel. Vestido, recomponiendo la corbata y tomando tus hombros, y con voz fatigada decía: “esto ya no sucederá”, al mismo tiempo que te ofrecía un mimo tierno en la redondez del pómulo; era uno, dos, ¡eso bastaba! y terminábamos con las ropas desperdigadas. ¡Todo se resolvió por fin! Fue el día que decapitamos el arrepentimiento. |
Texto agregado el 11-03-2019, y leído por 210 visitantes. (17 votos)
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