Realidad y sueños
El ser estaba prisionero.
Imposibilitado de salir debido a un campo de fuerzas que lo rodeaba.
Era inteligente, enorme y peligroso.
Solo le temía a una cosa: a esa leve sensación de insatisfacción general. Lo enloquecía.
Sus captores lo sabían. El campo de fuerza que lo rodeaba estaba dentro de una enorme cúpula parecida a una catedral gótica. Sobre el techo, había ventanales triangulares, cuadrados y redondos desde donde era estudiado e interrogado por los Poderosos desde hacia tiempo, tanto que si existieran los humanos lo considerarían excesivo en su hipotética y teorizada realidad.
Tenían el método para quebrarlo, pero era duro pese al sufrimiento en dosis que le aplicaban: esa leve sensación de insatisfacción general.
Los Poderosos lo saben porque lo estudiaron, toda su sabiduría ancestral y tecnología aplicada a estudiar al ser atrapado en pleno acto de invasión.
Lo interrogaron: ¿de donde vienes?, ¿hay mas como tú? ¿alguien te envió?¿cual es tu nivel de conocimiento y tecnología?. Nada.
Los Poderosos tenían sabios: solo queda la fuerza, dijeron, pero este ser es un guerrero de mil batallas y no queremos matarlo. Para un ser venido de las profundidades del cosmos, tal vez un explorador de un ejercito de pesadilla, acostumbrado a devastar mundos, conquistarlos, someterlos a la euforia sin limites de su poder no habría nada peor que la mediocridad, una existencia sin propósito aparente y la rutina. Debemos ser sutiles y pacientes, increíblemente sutiles y pacientes. Decidieron crear un entorno virtual e introducirlo en el estando paralizado. Lo harían en dosis, luego se lo quitarían y empezarían el interrogatorio, o habla o volverá allí.
Parecía estar resultando, lo notaban menos desafiante y orgulloso, pero aún faltaba y lo sabían.
Después de una larga maratón de preguntas con escasas y evasivas respuestas del ser, lo paralizaron nuevamente y bajaron sobre el la maraña de aparatos que se acoplaban a su tentacular cuerpo. Solo los vidriosos ojos del ser expresaban el terror que lo consumía. El ser vio un fogonazo, cerró los ojos y los “abrió” en otro lugar.
Donde solo podía sentir, oír y observar.
Carlos Garcia apagó el despertador, encendió la lámpara y se sentó en la cama. Miró a su alrededor con esa sensación de irrealidad que a veces le hacia preguntarse ¿que hay detrás de esto?. No recordaba que soñó, nunca lo recordaba, pero tenía la sensación, siempre la tenía, de que fue algo denso. Miro a su lado, su esposa roncaba levemente. Fue al baño, luego se paro frente al espejo y se vio y los vio… allí estaban sus cincuenta y cinco años de edad, rutinarios treinta y cinco de casado, treinta de mediocre empleado de una oficina de patentes, formularios y formularios, todo estaba en su cuerpo incluidos sus sueños incumplidos.
Meneo la cabeza mientras agarraba el cepillo de dientes y pensando en sus divagaciones recordó lo que le dijo una vez un sonriente sicólogo:
- Nosotros curamos los traumas a la gente y la devolvemos al mundo solo con la vieja y conocida leve insatisfacción general.
Dentro de Carlos, muy profundo dentro de su ser, algo grande gritaba, aullaba y se retorcía.
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